"Vivía lo que cantaba, por eso era el mejor". Bono, el líder de U2, define de este modo a Luciano Pavarotti. ¿Pero qué es lo que lleva a una estrella del rock a opinar sobre un tenor operístico? Su inmensa popularidad. Y eso es lo que fotografía con una dulzura infinita el oscarizado Ron Howard en el documental 'Pavarotti', que se estrena el viernes en los cines españoles. Un retrato de un hombre y de un artista que consiguió que la ópera llegara hasta donde nunca antes había llegado.

Hace ya más de una década que el inolvidable tenor italiano fallecía en su Módena natal dejando un vacío inmenso en el mundo de la lírica. Su muerte marcaba el final de una era, porque Pavarotti (1935-2007) ilustró mejor que nadie un momento histórico irrepetible, aquel que saltaba del teatro al disco y de allí a la eternidad. Su voz inconfundible, de una hermosura solar, de agudos portentosos, con un manejo del aire solo comparable al de la Caballé, ha quedado registrada en centenares de discos y no solo de ópera, ya que esa popularidad que lo aupó a lo más alto del mundo de las 'celebrities' lo convirtió también en estrella del pop y hasta del cine: sus escarceos con la música popular en sus conciertos Pavarotti and friends acabaron de convertirlo en una figura propia del papel cuché, a lo que contribuyó, y no poco, su agitada vida sentimental, su sonado divorcio y su matrimonio con la que fuera su secretaria, 34 años menor que él.

Su carrera, que arrancó en la década de 1960, lo convirtió en una leyenda en Estados Unidos, dominando la industria discográfica. Pero en su época hubo muchos tenores que también despuntaron por sus dotes, como Plácido Domingo o Josep Carreras, sus compañeros del multimillonario trío de los Tres Tenores. Pavarotti tenía algo especial, un carisma, una sinceridad en su forma de ser, que traspasaba el foso orquestal o la pantalla para instalarse con su icónica figura y con un eterno pañuelo en la mano en el corazón de la gente sencilla y en el de los intelectuales y poderosos.

La película de Howard consigue adentrarse en esa personalidad arrolladora al sentar ante su cámara a la viuda del cantante, Nicoletta Mantovani; a su primera esposa y artífice de gran parte de su carrera, Adua Veroni; a su amante Madelyn Renée; a sus hijas Giuliana, Lorenza y Cristina, fruto de su primer matrimonio; y a Alice, nacida cuatro años antes de la muerte del tenor..... Las mujeres de Pavarotti contribuyen a dibujar al hombre que había detrás de la estrella, un discurso apoyado por cantidad de material inédito, grabaciones caseras y testimonios de amigos, colegas y compañeros de viaje, desde sus mánagers hasta cantantes como Carreras y Domingo, además de Angela Gheorghiu o Vittorio Grigolo, sin olvidar al pianista chino Lang Lang -concesiones a la industria actual-, pero también a directores de teatros o estrellas del podio que le conocieron en detalle como Zubin Mehta.

Con su retrato del cantante, Howard hace honor a su capacidad narrativa, esa que le consagró en Hollywood con Una mente maravillosa o El código Da Vinci, aplicando ahora su ojo clínico a este ser apasionado de la música, sus hijas, la comida y los amigos. La película, estrenada el verano en América -la BSO se lanzó en todo el mundo- estará pocos días en la cartelera. Y vale mucho la pena porque revive una voz y una historia inigualables.