Paul Morrison (Londres, 1944) aborda el amor en la tercera edad en 23 paseos, una serena y delicada película en torno a la relación que surge entre dos ancianos (los británicos Alison Steadman y Dave Johns) que se conocen paseando a sus respectivos perros y descubren lo bonito que es volver a ilusionarse y encontrar consuelo mutuo para su soledad.

-En las películas de amor adolescente todo parece nuevo y excitante, pero, sin embargo, en 23 paseos se plantea que a medida que cumplimos años, vamos acumulando cargas a nuestras espaldas y eso nos impide avanzar.

-Yo creo que nunca es fácil enamorarse, ni siquiera cuando se es joven. Pero en este caso, estos dos personajes son auténticos héroes. ¿Por qué? Porque los dos son capaces de conquistar sus demonios, todos los que han ido arrastrando a lo largo de sus vidas, y no solo de perdonarse a sí mismos, sino también el uno al otro, de manera que aceptan los errores del pasado y también los de su relación.

-¿Qué es lo que más le molesta del tratamiento que se suele dar en el cine a las personas mayores?

-Hay una serie de clichés, de lugares comunes acerca de la gente mayor que no soporto. El primero es siempre el mismo, están deprimidos y están solos. El segundo es que las mujeres mayores no pueden ser nada más que madres y abuelas, no tienen una vida independiente, se dedican íntegramente a los demás. Y en tercer lugar está el sentimentalismo, como ocurría en El exótico Hotel Marigold. Que no es que esté mal, pero no tomaba a sus personajes en serio, todo era de mentira. Y son estas tres cosas precisamente las que he intentado evitar al hacer esta película.

-¿Cree que sigue existiendo un tabú a la hora de plasmar el sexo entre personas mayores en la pantalla?

-Me gustaría pensar que no, pero no estoy seguro. Yo creo que hay algunas películas que han ayudado a romperlo. Pero lo cierto es que el discurso de la juventud parece que lo ocupe todo, está muy idealizada, y con ella los cuerpos perfectos. Yo creo que es muy importante mostrar que las personas mayores pueden disfrutar muchísimo, ser felices y que también tienen necesidades físicas.

-La película también incluye algunas reflexiones en torno a las diferencias sociales entre los dos personajes y sobre el tema de las ayudas a la dependencia. ¿Quería denunciar esta situación?

-En todas mis películas se mezcla lo político y lo personal. Y en Reino Unido se ha puesto de manifiesto que el sistema de bienestar y la seguridad social no funciona, sobre todo después de la crisis del covid que ha hecho colapsar ambas cosas de manera fulminante y definitiva. En cuanto al tema de las clases sociales, mi intención era que los prejuicios se pudieran superar y en este caso el amor les ayuda a sobrevivir y florecer.

-¿Cuál es su relación con España? Su anterior película, Sin límites (sobre la amistad entre Dalí, Buñuel y Lorca) se rodó aquí y el castellano tiene un papel importante en 23 paseos.

-La anécdota que se cuenta me pasó a mí. Yo iba a venir a España a rodar Sin límites y paseando a mi perro Benji conocí a una señora que comenzó a darme clases de español mientras dábamos una vuelta. Cosas básicas como rodar, acción, etc. Además, me encanta España, todas las vacaciones las he pasado allí en familia.

-En la película, los perros sintonizan de una manera más rápida e instintiva que las personas. ¿Cree que cada vez resulta más difícil conectar?

-Sobre todo, ahora, que nos están enseñando a no tener contacto con nadie, a mantener las distancias. Cuando veo una película pre-covid me sorprendo: cómo pueden estar los personajes tan juntos! Lo hemos interiorizado de manera rapidísima. Por eso creo que es momento de tomar conciencia de lo importante que es tener conexiones reales con los demás. Si conseguimos superar todo esto es precisamente para poder volver a abrazar a nuestros familiares y amigos. Y mientras la cosa siga así, no hay excusa, hay que llamar ya sea por teléfono o por zoom a la gente que queremos y decírselo.