Desde la época de Goethe y su Fausto resulta muy recurrente aquello de pactar con el diablo a cambio de una vida más larga. Aquí es Belén Rueda, bueno, su personaje, quien como en sueños baja hasta un antro donde negocia con un tipo salvar a su hija, que se halla en estado terminal en un hospital, a cambio de lo que no vamos a desvelar. Por supuesto.

Esta omnipresente actriz -caracterizada para la ocasión con un cambio notable en su color de pelo-, aunque sea el gancho comercial de la producción, no es quien llama mi atención, sino el actor que encarna al marido: el gran Darío Grandinetti, un intérprete argentino de excelente prestancia que dice su texto con un acento castellano bastante más claro que muchos españoles (en esta cinta, por ejemplo, a la joven Mireia Oriol cuesta entenderla). Grandinetti, en esta ocasión, encarna un policía alcohólico que vive en un barco destartalado, después de que su mujer lo largara del lujoso chalet que compartían con su hija en otros tiempos.

David Victori, el director y coguionista del filme, otorga una impecable factura técnica y un elegante sentido visual a la hora de crear ciertas atmósferas, y a la hora de componer cada una de las escenas de esta su ópera prima, que se nos presenta como cine de terror, pero se balancea quizás dejando de serlo en beneficio del thriller de suspense psicológico. Un tanto a su favor. No obstante, flaquea en lo fundamental, pues no todo va a ser la forma frente al fondo de la cuestión, pues cae recurriendo a esquemas muy trillados y todo huele a ya visto en otros productos que abrieron esta veta del género en nuestro país; me refiero a los primeros tiempos de cineastas como Amenábar o Balagueró.