Ustedes comprenderán que no tiene sentido hacer una crítica al uso del concierto extraodinario de la Orquesta de Córdoba del pasado sábado, inicio de la nueva temporada 2020-21.

No tiene sentido, y sin embargo no pueden dejar de señalarse las extrañas circunstancias del concierto, con el aforo limitado, la toma de temperatura en la entrada del teatro, el nerviosismo del personal del IMAE gestionando la entrada y la salida del público... Escuchar música colectivamente en estas circunstancias transforma el discreto encanto de frivolité social de los conciertos en una de esas raras oportunidades de encontrar, de la forma más pura, lo más valioso del espíritu humano, cuestión nada gratuita en los tiempos que vivimos. Lo que Leonard Bernstein pedía como contestación a la violencia, pedimos ahora en relación a esa otra forma de violencia que es la maldita pandemia: hacer música más intensamente, más bellamente y más devotamente que nunca. Hagámosla. Y cuidémosla.

Como decía, no tiene sentido hacer una crítica, pero sí apuntar que en el Teatro Góngora es donde mejor rinde acústicamente la Orquesta. Desde el escenario llegaba un sonido orquestal pleno, denso pero transparente, rico en armónicos, equilibrado en las diferentes familias. ¿Necesita la Orquesta un nuevo auditorio si ya dispone un espacio que se ajusta como un guante a su fisonomía y volumen sonoro?. Los Cuadros Húngaros de Bela Bartok, oír para creer, llevados con mano maestra por Domínguez-Nieto, fueron un festín de colores y timbres. También Bretón y Wagner. La obertura de Las Criaturas de Prometeo, con la que arrancó el programa, encendió la llama beethoveniana de la que esperamos su luz y su aliento a lo largo de la temporada.

Repito que no tiene sentido un crítica, por eso aprovecho estas líneas para anticiparles que, desafortunadamente, las críticas en este periódico no sonarán como antes a partir de ahora. Y es que Manuel Pedregosa, tras casi diez años de dedicación ejemplar y exquisita, ha decidido dar el relevo. Sobre el que recoje el testigo, les digo que les acompañaré, si ustedes quieren, en los Beethoven y Kodaly, Bartok y Falla, Stravinsky o el Bruckner venideros, pero no esperen sesudos análisis tonales o una meticulosa atención a tal o cual cuestión técnica de la ejecución, porque sencillamente no soy músico. Solo les puedo ofrecer lo que me propongo ya desde esta primera columna: narrar de manera transparente, honesta y exigente la experiencia de la música.