El cine procedente de Islandia más reciente podría dar para un buen ciclo digno de las mejores programaciones. Títulos como Corazón gigante, Sparrows (Gorriones) y Rams, el valle de los carneros, de 2015, Heartstone, de 2016, La mujer de la montaña, de 2018, son algunos ejemplos de esa interesante cinematografía que suele sorprender por su calidad y una gran contención en sus narraciones.

Ahora se suma esta Oro blanco, muy bien escrita y dirigida por Grimur Hákonarson, interpretada con sobriedad y desgarro por Arndís Hrönn Egilsdóttir, en un excelente trabajo encarnando a una mujer que de un día a otro pierde a su marido y ha de tomar las riendas de la granja familiar, aunque irá comprobando cómo la cooperativa que maneja el negocio en la zona se comporta más como una mafia que como un instrumento de ayuda para los ganaderos. Se verá obligada a enfrentarse al entorno que, aparentemente se ofrece a protegerla, pero que esconde demasiada ropa sucia en su historial y maneras de proceder. Priorizando los silencios, solo aflorarán los diálogos en ciertos pasajes, el drama se convierte casi en un western frío, de cuello alto, donde vemos cómo a un lado se sitúa esta mujer valiente donde las haya, frente al opresivo sistema que la quiere hundir en el estiércol. Sin renunciar a sus principios, opondrá una resistencia contumaz para intentar romper ese monopolio que oprime a la comunidad.

Volver a ver este cine en pantalla grande es todo un lujo (después de este tiempo en que nos hemos tenido que acostumbrar a ver películas en pequeñas pantallas de televisión, ordenador o tableta) gracias a la belleza paisajística de cada plano, escucharlo con un sonido muy bien nivelado (aunque con una sola pega: no disponer de copia en versión original con subtítulos al español para poder apreciar al cien por cien las interpretaciones y el sonido ambiente) supone todo un regalo para los amantes del buen cine y de la liturgia que siempre será volver a la penumbra en una butaca frente al espejo de la pantalla.