En primer lugar, señalar el desafortunado título en español con que se ha presentado la última (por ahora) y excelente película de Roman Polanski, que originalmente se bautizó como J´accuse (Yo acuso) al igual que el título del conocido artículo de Émile Zola. Un par de cuestiones expuestas en esta misma columna la semana pasada servirían hoy: el buen pulso narrativo del director de avanzada edad y la elección de un falso culpable como protagonista del suceso real que inspira el filme. El director de tantas obras maestras que comenzara su carrera en el largometraje allá por 1962 con El cuchillo en el agua, conserva sus mejores esencias en esta producción sobre los abusos de poder que llevan a un inocente a permanecer injustamente condenado. Concretamente, se nos habla de cómo en 1894, un joven oficial judío (capitán francés Alfred Dreyfus) es acusado de trabajar como espía para Alemania, siendo por ello condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo, en la Guayana francesa.

Cuando el coronel Picquart, que actuó como uno de los testigos en el desafortunado caso, es ascendido como jefe de inteligencia y descubre las falsedades y maniobras que rodearon el proceso, intenta por todos los medios restaurar el honor de Dreyfus frente a la desconsideración del poder militar y político. Uno de los aciertos de Polanski como guionista ha sido tomar como punto de vista narrativo no el del condenado, sino el de su defensor. Asimismo, la frialdad que otorga a la puesta en escena -sin que por ello pierda el más mínimo interés el asunto que mueve la acción-, como director, así como la magnífica dirección de actores vuelven a confirmar como uno de los mejores a este cineasta, que ha sabido sobreponerse a los obstáculos que la vida le ha puesto, cumpliendo con sus seguidores al entregarnos una cinta tras otra, siempre manteniendo un gran nivel. Muy recomendable.