Si se ha producido una noticia de calado en los últimos meses en el macondiano mundo de Gabriel García Márquez ha sido de lejos la decisión de sus hijos, Rodrigo y Gonzalo García, de vender a Netflix los derechos de adaptación al cine de Cien años de soledad. La plataforma ha anunciado que hará una serie. Si el novelista colombiano está o no retorciéndose en su tumba es algo que debería ser sometido a consideración, más allá de que los muertos tengan esa habilidad, toda vez que en vida se negó una y otra vez a que su obra cumbre tuviera forma audiovisual. El pasado miércoles se cumplieron cinco años de la muerte del escritor de Aracataca y no hay nada más relevante para su legado que la perspectiva de que Remedios La Bella, Aureliano y Jose Arcadio Buendía, Úrsula Iguarán y Mauricio Babilonia sean arrancados del imaginario privado de cada lector y convertidos en gente de carne y hueso. No es un debate menor.

El propio García Márquez lo expresó en esos términos en el artículo Una tontería de Anthony Quinn, publicado en 1982 al hilo de la controversia suscitada por la revelación del actor mexicano de que había ofrecido un millón de dólares por los derechos de la novela -y de que había recibido un ‘no’ por respuesta-. «Mi reticencia de que se hagan en cine Cien años de soledad», escribió, «se debe a mi deseo de que la comunicación con mis lectores sea directa, mediante las letras que yo escribo para ellos, de modo que ellos se imaginen a los personajes como quieran, y no con la cara prestada de un actor en la pantalla. Anthony Quinn, con todo y su millón de dólares, no será nunca para mí ni para mis lectores el coronel Aureliano Buendía».

«Él siempre se negó a ceder esos derechos, y además de una forma muy tajante -explica Conrado Zuluaga, editor y experto en la obra del autor colombiano, y autor de varios libros sobre el Nobel-. No coqueteaba con el asunto sino que era tajante en rechazarlo, y creo que se debe a que era muy consciente de que era una obra inabarcable, desmesurada para llevarla al cine. Ahí está la disputa con Anthony Quinn, hay mil cosas sobre eso. Y el revuelo que ha causado esta noticia es porque todo el mundo tiene en la cabeza esa actitud categórica de él».

La noticia sobre Netflix y Cien años de soledad y los hijos del escritor ha desempolvado todo esto: la machacona negativa del autor a ceder para el cine su novela más celebrada y la mala suerte en general que corrieron las adaptaciones que sí aprobó. No se puede decir que sean buenos augurios, pero quizá juega a favor de un desenlace satisfactorio el formato: una serie.

«La desmesura de Cien años de soledad es difícilmente abarcable en una película, pero como serie es mucho más digerible, no solo para la realización sino para el público», dice Zuloaga. «No solo me parece el formato ideal, sino el único posible», dice el crítico Pedro Adrián Zuluaga.

En el proyecto de Netflix, los hermanos García asumirán el rol de productores ejecutivos, y es muy posible que Rodrigo, director de una docena de películas, entre ellas la notable Cosas que diría con solo mirarla (1999), y de varios capítulos de Los Soprano y A dos metros bajo tierra, entre otras series, acabe dirigiendo algunos episodios. La victoria de Netflix sobre la voluntad de Gabriel García Márquez es la victoria de la cultura audiovisual. Pero la verdadera victoria tendrá lugar cuando la plataforma haya demostrado que estaba a la altura del desafío.