Hace unos meses, el pasado febrero, la Academia de Cine rindió homenaje a Narciso Ibáñez Serrador concediéndole el Goya de Honor después de su fundamental aportación al cine de terrormoderno y de su amplia carrera multidisciplinar en el sector audiovisual. El cineasta no pudo trasladarse a Sevilla donde se entregaban los galardones, su salud se lo impedía, así que recogió el premio en la Cena de Nominados que se celebró dos semanas antes en Madrid en un emotivo encuentro en el que fue ovacionado por todos los asistentes.

El día de la gala, cuando llegó su momento, aunque no estuviera de forma física, su espíritu estaba presente de una manera emocionante. Subieron al escenario sus herederos, los miembros de toda una generación que se nutrió con sus Historias para no dormir y que, a través de su legado, contribuyó a regenerar el cine de género en los años 90 llevándolo hasta una nueva dimensión. Alejandro Amenábar, Jaume Balagueró, José Antonio Bayona, Rodrigo Cortés, Álex de la Iglesia, Juan Carlos Fresnadillo, Paco Plaza y Nacho Vigalondo fueron los encargados de dejar constancia de la importancia de una figura de vital importancia a la hora de tender puentes entre pasado, presente y futuro por su capacidad incómoda de componer pesadillas que nacen de lo más profundo del ser humano.

Chicho supo hacernos reír y llorar, asustarnos y enseñarnos, pero, sobre todo, entretenernos. Él siempre insistía que ese era el objetivo principal de su trabajo: hacernos pasar un buen rato y que nos olvidáramos de la realidad durante unas horas. En eso, como entre tantas otras cosas, fue un maestro, afirmaba este viernes Bayona. El afecto era mutuo. Chicho se dejó querer por este grupo entusiasta de jóvenes y se embarcó con ellos en el 2005 en Películas para no dormir. A veces pienso que solo fueron una excusa. Una treta de varios directores-fans que se inventaron un homenaje para acercarse a su maestro, sentarse con él y escuchar. Aprender. Soñar. Disfrutar. Y cenar. Lo que es la vida, vaya, apuntaba Balagueró en el número especial de la revista de la Academia que se encargó de aglutinar a todos sus discípulos, que siempre se han mostrado agradecidos a mentor citándole como principal referencia a la hora de componer sus respectivos universos creativos.

Fue la última vez que se puso detrás de la cámara, para filmar La culpa. Pero él continuó siendo el padre espiritual de todos ellos. Sin las prescripciones de Chicho, todos seríamos diferentes, el Álex de la Iglesia que conocemos, Bayona, Balagueró, etc. todos seríamos diferentes sin el influjo del que ha sido el cineasta más determinante para el cine de fantástico hecho en España, recalcaba Paco Plaza. Y eso con tan solo dos películas. Ahora todos ellos se quedan un poco huérfanos con la muerte su maestro.