Cuando en el 2002 se inauguró en el Barbican Center de Londres la exposición Game on se generó una enorme controversia: ¿los videojuegos merecían estar en un museo y ser objeto de una revisión histórica? El tiempo les ha terminado dando la razón a los ideólogos de aquel proyecto y este montaje ha dado la vuelta al mundo pasando por más de 20 países y demostrando que, efectivamente, los videojuegos se han convertido en una parte fundamental de nuestra cultura popular y resulta necesario su análisis desde una perspectiva tanto académica como museística a la hora de conservar y repensar una historia que abarca ya casi 50 años. Ahora le toca el turno a Madrid, que desde ayer y hasta el 31 de mayo acoge esta muestra que Fundación Canal ha organizado junto al Barbican Center y que abarca más de 400 piezas originales que nos llevan desde los inicios de la disciplina hasta las últimas creaciones.

La industria de los videojuegos se ha convertido en una de las más rentables en la actualidad, facturando casi el doble que la música y el cine juntos. En el 2018, según datos de la Asociación Española del Videojuego, la cifra se situaba alrededor de los 1.600 millones de euros, un 12,6% más que el año anterior. España es uno de los países con una tradición más arraigada, el noveno del mundo en cuanto a proyección internacional. Según la Encuesta de Hábitos y Consumo que elabora el Ministerio de Cultura, el 13% de la población utiliza videojuegos al menos una vez al mes, cifra muy superior entre los hombres, un 20,8%, que en el colectivo de mujeres, un 7,1%. Por edades, los máximos se alcanzan entre los más jóvenes, 45,2%, observándose un descenso en los segmentos de mayor edad, un 2,4%.

No se trata solo de ocio, como ha recalcado Patrick Moran, comisario de la exposición, sino también de arte, entretenimiento, tecnología e innovación. Sin embargo, el carácter interactivo de los videojuegos hacía indispensable que fuera una muestra en la que se pudiera aprender, ver y, por supuesto, tocar y jugar. Por eso, encontramos más de 150 títulos a disposición de los asistentes para ser utilizados, desde los primeros prototipos a los últimos lanzamientos.

A lo largo de 2.500 metros cuadrados, el visitante puede realizar un recorrido por hasta 15 secciones temáticas. La primera de ellas nos sumerge en la arqueología de los primeros videojuegos y arcades, es decir, las máquinas que se encontraban en los salones recreativos y que nos retrotraen a un mundo de nostalgia setentera y ochentera. La primera máquina que alcanzó el éxito fue Pong, una versión muy rudimentaria del pimpón, a la que seguiría Pac-Mac (el comecocos), que dio el pistoletazo de salida a una industria masiva en la que comenzaron a desarrollar productos las diferentes compañías: Atari, Nintendo, Microsoft, Sega y Sony.

Así, a lo largo de la exposición los visitantes pueden utilizar máquinas originales de Space Invaders, Donkey Kong o Street Fighter para certificar que su funcionamiento no era tan fácil como parecía a simple vista y su mecánica requería práctica y entrenamiento.

La construcción de los modelos poco a poco comenzó a abaratarse, y a finales de los años 80 Nintendo lanzó al mercado Game Boy, la primera videoconsola portátil con cartuchos de juegos entre los que se encontraba el Tetris. Más tarde, en 1994 aparecería Playstation, que se encargaría de introducir el sector en una nueva dimensión. Ahora, tenemos tan integrados los videojuegos en nuestra cotidianeidad que los utilizamos sin darnos cuenta en los smartphones y otros dispositivos portátiles.

LA RELACIÓN CON EL CINE // No cabe ninguna duda de que los videojuegos, que algunos consideran como el octavo arte, han establecido un diálogo intenso con otras disciplinas dentro de la cultura popular, convirtiéndose muchos de sus personajes en auténticos iconos de referencia como Mario Bros, Sonic o Lara Croft, cuya apariencia ha ido modificándose a lo largo de los años para pasar de ser una bomba sexual a un modelo feminista.

La exposición también hace hincapié en la relación fructífera con el cine a través de películas como Tron (1982), que se convirtió en una auténtica revolución por la concepción visual y la utilización de efectos especiales, o cintas más autorales que reflexionan en torno a la relación entre el hombre y la tecnología y los espacios virtuales como eXistenZ, de David Cronenberg. La música de videojuegos también ha generado un buen puñado de leitmotiv, e incluso orquestas sinfónicas interpretan la banda sonora del juego Final Fantasy VII como parte de su repertorio.

Curiosamente, pronto se inaugurará en Barcelona la muestra Gameplay. Cultura del videojuego, dedicada a realizar un viaje a los orígenes y analizar el lenguaje y el impacto de la cultura digital en el arte y en la sociedad. La muestra propone una reflexión acerca de la creciente videoludificación en la que nos encontramos instalados a través del consumo diario. También ofrece 28 puntos de juego, obras de artistas como Mary Flanagan o Harun Farocki y una atención especial a la producción catalana, tanto de obras pioneras como creaciones indies o mainstream.