La última película (ojalá no lo sea) de Clint Eastwood vuelve a ofrecernos el regalo de tenerlo delante y detrás de la cámara, conteniendo algún que otro tema ya acometido hace una década en Gran Torino. De hecho, el personaje protagonista de Mula podría ser una continuación del cascarrabias que también Eastwood encarnara en Gran Torino.

Película de lo más recomendable, posiblemente de lo mejor que se ha estrenado últimamente, con el estilo propio del autor -todo un clásico, de los últimos que quedan-, aunque cierto sector de la crítica parece haberla tomado con alguien que decidió en determinado momento hacer pública su opción política -ostentó algún cargo hace ya bastante tiempo, creo recordar que como alcalde en las filas republicanas-. En fin, no es la primera vez que lo señalo: separemos, por favor, obra de autor. Así mismo, sería difícil clasificar con respecto a su obra esta última producción atendiendo a criterios de calidad, pues no recuerdo ni una sola de sus películas que pudiera considerar mala. Y menos ésta, donde la experiencia se nota a la hora de sostener con buen pulso, sin estridencias, sin prisas, sin decaimientos, captando el interés del espectador en todo momento suspendido, cuando narra la peripecia de este anciano, veterano de la segunda guerra mundial, dedicado durante toda su vida a trabajar cultivando y vendiendo flores, a costa de faltar a los compromisos familiares más importantes, cargando con la culpa de no haber estado allí cuando se le necesitaba, asistiendo ahora al ocaso de su vida y viendo cómo va a ser embargado por no cumplir con la hipoteca correspondiente, perdiendo ese trozo de su vida, después de haberse opuesto a vender su mercancía a través de internet.

Pues bien, después de este arranque del filme aparece en el primer tramo del relato un deus ex machina que puede solucionar sus problemas económicos. Y aquí lo dejo. No les cuento más.