Si hay algo maravilloso en la carrera de Sean Connery no es solo el haber sido el mejor James Bond posible -algo en lo que coinciden desde los fans de la serie hasta los que no demuestran demasiado interés por las andanzas cinematográficas del agente 007-, sino en sus meritorios y casi emocionantes intentos de desmarcarse de tan icónico y lucrativo personaje para tener una filmografía respetable al margen de él.

Hoy Bond, James Bond, no es lo mismo que en los 60. No puede ser de ningún modo lo mismo y Daniel Craig ha realizado una buena transición en las últimas películas. Pero entre 1962 y 1971, la época dorada de Bond-Connery, el actor escocés fallecido este sábado, a los 90 años -los había cumplido el pasado 25 de agosto-, la Guerra Fría aún era una realidad, la geopolítica echaba humo, el muro de Berlín parecía que nunca iba a caer, nadie discutía la misoginia en el género de espionaje y el agente secreto con licencia para matar concedida por la mismísima Reina mezclaba por igual flema británica con violencia de Estado. Un personaje contradictorio, el creado por Ian Fleming, al que Connery dio una patina de realidad en unos tiempos de irrealidad. Ya solo por eso, el actor merece el puesto del que goza en el panteón de los iconos del cine.

Socarrón

Pero además de interpretaciones entre tensas y socarronas, afiladas y seductoras, elegantes y dinámicas, en 007 contra el Dr. No (1962), Desde Rusia con amor (1963), James Bond contra Goldfinger (1964) -la obra maestra de la serie-, Operación Trueno (1965), Solo se vive dos veces (1967) y Diamantes para la eternidad (1971), Connery supo desplegar una trayectoria lo suficientemente solvente para no quedar encasillado en el papel. Roger Moore, en vena autoparódica, Pierce Brosnan y Daniel Craig se han acercado a sus méritos, pero no los han igualado. El discreto George Lazemby de '007 al servicio secreto de su Majestad' nunca volvió a ser James Bond tras este filme, y el shakesperiano Timothy Dalton se dio de bruces con el personaje y protagonizó las dos entregas menos recordadas.

Connery volvió a Bond, pero lo hizo desarrollando un gran sentido del humor desde el propio título del filme, Nunca digas nunca jamás (1983), algo que se aplicaba tanto al personaje como a sí mismo después de haber dicho exactamente eso, que jamás volvería a encarnar a 007 después de Diamantes para la eternidad. Nunca digas nunca jamás era un remake encubierto de Operación Trueno, precisamente la más floja de las seis gloriosas películas Bond en la era Connery.

La secuencia de la pelea en el vagón de tren con el agente soviético incorporado por Robert Shaw en Desde Rusia con amor, las peripecias en la playa junto a Ursula Andress en el filme contra el Doctor No a ritmo de calipso, su elegancia al conducir el Astor Martin equipado con todo tipo de gadgets en James Bond contra Goldfinger, la manera de pedir el Martini seco con vodka mezclado pero no agitado, la chulería con la que se quitaba el traje de submarinista para lucir debajo un impoluto smoking con pajarita, la divertida relación, alimentada de cierta tensión sexual no resuelta, con Monneypenny, su desprendida forma de desembarazarse de una tarántula o de observar reflejado en la pupila del ojo de la mujer a la que está besando a un sicario que se acerca por detrás para matarlo Son tantos los hitos Connery en una serie ya de por si repleta de hitos.

De pura cepa

Más allá de James Bond, el actor nacido en Edimburgo, escocés de pura cepa y nacionalista -estaba afiliado al Partido Nacionalista Escocés y siempre que podía, pedía la independencia de Escocía, además de donar sus generosos emolumentos por Diamantes para la eternidad a las instituciones de caridad escocesas-, había participado en una treinta de títulos, entre cine y televisión, sin mayor relieve hasta que los productores de Agente 007 contra el Dr. No, Harry Saltzman y Albert Broccoli, lo escogieron para encarnar a Bond. Tuvo que vencer las reticencias del creador literario, ya que Ian Fleming no lo veía lo suficientemente refinado para el personaje y hubiera preferido a CaryGrant. A la segunda película, Desde Rusia con amor -que era además la preferida de Connery de cuantas hizo como Bond-, Fleming ya cambió de parecer y dio su visto bueno. Salztman y Broccoli lo seleccionaron porque era un tipo duro que se movía con gracia.

Interpretar al agente 007 dio un vuelco radical a su carrera y a su vida. Casado en 1962 con la actriz británica Diane Cilento, con la que tendría su único hijo, el también actor y director JasonConnery, no quiso encasillarse en el personaje pese a la notoriedad que le reportó de inmediato. Así que, en 1964, entre Goldfinger y Operación Trueno, intervino en dos películas tan distintas como el melodrama de intriga La mujer de paja, junto a Gina Lollobrigida, y Marnie, la ladrona. Ser dirigido por Alfred Hitchcock le dio nuevos aires aún sin desligarse del mito Bond.

En 1967 se despidió de la serie, pero sus trabajos no tuvieron demasiada aceptación. No es de extrañar con cintas como Shalako (1968), desconcertante wéstern protagonizado con Brigitte Bardot, o la coproducción internacional La tienda roja (1969), en la que dio vida al explorador Roald Amundsen. Mejor le fueron las cosas en películas que, sin pertenecer a la serie Bond, tenían algo de su sofisticación, caso de Supergolpe en Manhattan (1971), un thriller de atracos realizado por SidneyLumet. Regresó al universo Bond con Diamantes para la eternidad, reactivó su comercialidad y empezó, entonces, a hilvanar mejor su carrera, casi siempre en el relato de aventuras: El viento y el león (1975), El hombre que pudo reinar (1975) y Robin y Marian (1976) fueron dirigidas por John Milius, John Huston y Richard Lester, tres cineastas que no se parecen en nada, pero podemos considerarla la trilogía aventura particular -y crepuscular en el caso de su interpretación de Robin de los bosques en el filme de Lester- del actor.

Lumet le entendió

Antes brilló en Zardoz (1974) y encarnó a uno de los posibles culpables de Asesinato en el Orient Express (1974), otro de sus trabajos con Lumet, uno de los directores que mejor le entendió; también interpretó para él al violento y convulso policía de La ofensa (1973). En una especie de acto reflejo, fue una de las estrellas que participaron en Un puente lejano (1977), relato bélico emparentado con El día más largo (1961), otra producción de guerra plagada de intérpretes conocidos en la que Connery tuvo un breve cometido antes de su irrupción como James Bond.

Siguieron los buenos títulos relacionados con la aventura -El primer gran asalto al tren (1978), Cuba (1979)-, la ciencia ficción -Atmósfera cero (1981), la reconversión de Solo ante el peligro ambientada en una estación de Júpiter- y la fantasía -Los héroes del tiempo (1981), Los inmortales (1986)-. Connery ya se había olvidado de 007, aunque la gente siguiera estando en deuda con él por sus interpretaciones de Bond. Liberado del todo, brindó lo mejor de si mismo en títulos como El nombre de la rosa (1986), como el fraile-detective William de Baskerville, y Los intocables de Elliott Ness (1987), y hasta se avino a ser el padre del héroe creado por Lucas y Spielberg en Indiana Jones y la última cruzada (1989).

La caza del Octubre Rojo (1990) y La casa Rusia (1990) le devolvieron, desde otros ámbitos, a la Guerra Fría. Ahora más versátil, sin peluquín, más convencido de sí mismo. Del rey Arturo que encarnó en El primer caballero (1995), dolido por los amores de su esposa Ginebra con su mejor amigo, Lancelot, hasta el posmoderno cazador Allan Quatermain en La liga de los hombres extraordinarios (2003), según Alan Moore. Para entonces ya tenía el título de Sir, había producido 10 largometrajes y ganado un Oscar como actor de reparto por Los intocables de Elliott Ness. Fue el James Bond más sobresaliente, pero también el que mejor supo dejar atrás al personaje pese a que su hijo Jason, incapaz de romper con la tradición, aceptara interpretar a su creador en el biopic La vida secreta de Ian Fleming (1990).