El baile flamenco cordobés se quedó ayer huérfano. El gran corazón de Antonio Mondéjar, un maestro del baile en su ciudad, dejó de latir por soleá. Un cordobés insigne que dignificó con su ejemplo el baile flamenco, que ejerció con la innata pasión que le acompañó durante toda su vida. Una labor callada y a veces incomprendida, vivo ejemplo de una personalidad que lo dio y lo fue todo en el mundo de la danza flamenca, aunque lejos del barullo de los efímeros momentos que tanto se prodigan en las parcelas de cualquier arte. Mondéjar se encontraba en el polo opuesto de cualquier superfluo comportamiento en cuanto a la enseñanza y a su labor coreográfica.

El encorsetamiento localista que asfixiaba a nuestros artistas en la década de los 50 y 60 no era el más adecuado para desarrollar en plenitud vocaciones artísticas casi de ningún género, y mucho menos del flamenco. Londres fue la ciudad que en su cosmopolitismo acogería a una pequeña embajada de artistas cordobeses en la que el bailaor y el guitarrista Paco Peña serían los que, con su amor y dedicación al arte flamenco, lo dignificarían hasta un alto nivel que mereció gran atención y entusiasmo del público que se daba cita todas las noches en el restaurante, donde día tras día desempeñaban las tareas propias de un establecimiento de estas características.

No pasaría mucho tiempo hasta que Mondéjar llegara a ser propietario de un local en la City, que daba cobertura todas las noches a actuaciones flamencas con el baile como eje central del espectáculo, y en el que también tenía cabida la copla andaluza. Lola Flores, Paquita Rico o Lolita Sevilla, por citar algunos ejemplos, se convertían ocasionalmente en embajadoras de lo nuestro en tierra extraña.

Dos décadas después, el bailaor, ante los tiempos nuevos que traerían la anhelada democracia a nuestro país, comprendió que en esta sociedad libre y abierta, más rápido de lo que se esperaba desprendida de tantos prejuicios y manidos clichés, obtendría la valoración que desde su regreso, a principios de los 80, a Córdoba le ha venido otorgando.

Una academia en la calle del Reloj, que después trasladaría a un sótano del pasaje en Ronda de los Tejares, fueron testigos y difusores de su estética flamenca. Aún vivo el recuerdo de aquella que montó en nuestra ciudad antes de irse a Londres, las familias que sabían de su rigor didáctico y entrega sin límites hacia los alumnos a los que veía con facultades, sin tener en cuenta jamás su situación económica, regresaron con sus hijos pequeños y adolescentes de la mano para recibir su clases. El carácter trascendental que imprimía al rito sagrado de la enseñanza trasfundía de una manera muy suya una personalidad hacia su receptor, que la asumía con los óptimos resultados que hemos visto en muchos de ellos y, por citar a alguno de los más relevantes, destacaríamos al cordobés José Serrano, que comparte escenario desde hace años con Sara Baras.

Mondéjar extrajo lo mejor de sí mismo tanto en el baile como en la coreografía y llevo a cabo más de 25 montajes escénicos, entre ellos El amor Brujo, Mariana Pineda, Fedra y Macandé.