Sin duda, el verano es tiempo de blockbusters (taquillazos), remakes (refritos), secuelas (continuaciones), precuelas (precedentes), spin-offs (derivados escindidos de una trama anterior) y cualquier producto audiovidual que no proceda de una idea original y que asegure un exitoso resultado económico basándose en un reventón de la taquilla anterior. Y esto suele ocurrir porque las grandes producciones no están pensadas por cineastas, sino por altos ejecutivos cuyas intenciones se restringen al campo del negocio cinematográfico y una huída constante del verdadero arte cinematográfico que ni huelen, por muy cerca que se les presente.

Así pues, difícilmente encontrará a alguien interesado por la calidad artística algo medio potable en las carteleras veraniegas de estreno, aunque si uno busca entretenimiento puro y duro, espectáculo y una buena dosis adrenalítica, sin duda podrá encontrarla en la última cinta que protagoniza Tom Cruise, ese chaval de 57 tacos que parece estar como nunca y que no se corta a la hora de saltar, escalar, tirarse en vuelo libre, correr en motos y demás vehículos por tierra, mar y aire; trepar por los tejados y cumplir sin miedo con lo que el guión ponga o al director (en esta sexta entrega de la saga es Christopher McQuarrie) se le ocurra. La película está bien filmada y contiene todos los alicientes propios del género que mezcla acción, suspense y espionaje al servicio del héroe protagonista y su equipo, que han de enfrentarse a una nueva misión después de haber fallado en la última, para poder reconstituirse en una lucha contrarreloj. No son pocos los que consideran Misión imposible: Fallout como la mejor de la franquicia, pero será difícil que olvidemos muchos de los momentos que nos regaló Brian de Palma cuando la inauguró en 1996. Y aún compite con otras exitosas series como la de Bond o Bourne.