De acuerdo, esto no es lo mejor de Alejandro Amenábar. Sin embargo, no me pareció tan desdeñable como a otros, posiblemente porque no tuve la intención de ver una película más sobre la guerra civil española (que también lo es), sino sobre un intelectual ninguneado por la sociedad, contradictorio pero fiel a su pensamiento: Miguel de Unamuno. Algo que no solo ocurría en aquellos tiempos, sino que se puede enlazar con el presente y en cómo los dirigentes políticos usan sin tener en cuenta a personas relacionadas con la cultura. Y fui a ver (y oír, la música está compuesta por el director, como ya hiciera en Tesis, Abre los ojos o Mar adentro) esta cinta pensando en que podría encontrarme con un nuevo y magnífico trabajo interpretativo de Karra Elejalde, como así es, pues construye un personaje que consigue dotar de alma, pese a la coraza que antepone a los sentimientos que acabarán brotando.

Mientras lo veía allí, con su andar desgarbado y encorvado, no pude dejar de pensar en otro gran actor, Fernando Fernán Gómez, interpretando El Abuelo de Garci. Al otro lado del duelo, frente a Elejalde, nos encontramos con Eduard Fernández, que hace un Millán-Astray como inspirado en Ricardo III de Shakespeare. Y más allá, Franco en la piel de Santi Prego que, aunque lo dibuja con precisión, para entenderlo habría que subtitularlo. El guión (donde ya se han buscado errores históricos, pese a haber tenido asesoramiento), nos sitúa en el verano de 1936 cuando la situación del país es de lo más convulso, Unamuno decide apoyar la sublevación y es destituido como rector de la Universidad de Salamanca; poco a poco, mientras ve cómo desaparecen sus amigos más cercanos, va tomando consciencia del estado de las cosas hasta lanzar el famoso discurso en el paraninfo de la Universidad, nuevamente como rector, que inspiró esta didáctica película.