Parece como si Dany Boon, creador y protagonista del gran éxito comercial que fue Bienvenidos al norte en el 2008, quisiera exprimir la idea hasta la saciedad, con cada vez menos gracia, comedia tras comedia. Recordemos que no es la primera vez que lo hace: Nada que declarar en el 2010, Un policía en apuros en el 2017… Y ahora con La ch’tite famille, que es su título original, vuelve a intentarlo: romper la taquilla. Pero supongo que le ha salido el tiro por la culata, pues la chispa y el efecto sorpresa de su primer éxito brillan por su ausencia, al igual que los golpes de humor que configuraban un efectivo guión en otros tiempos, hace ya una década.

Tengo la sensación, además, de que la película no se sostiene fuera de su país, ya que la contraposición de dos culturas y dos maneras de ver las cosas, lejanas en lo geográfico y lo lingüístico, no tiene demasiado sentido para alguien ajeno a ese problema, el del acento de un dialecto -que, por supuesto, se pierde cuando el recurso del doblaje acaba por convertirse en impotencia al no poder trasladarlo a otros idiomas, no sólo se pierden los matices, se pierde todo-. Y, puede que aún sea peor en el caso de la versión original. Así que la producción se enfrenta a todo un problema cuando se exhibe más allá de sus fronteras.

El protagonista de Mi familia del Norte es un tipo que vive en París y triunfa en el mundo del diseño junto a su mujer. Ambos construyen mobiliario muy innovador, pero que acaba con la salud de sus clientes. Él ha renegado de sus orígenes familiares rurales borrándolos de la existencia en su entorno profesional, aunque reaparecerán al completo y se harán visibles con motivo del cumpleaños de la matriarca.

Cosa que será un problema para el suegro, que actúa de mánager de la famosa pareja. Un accidente hará retroceder al pasado al protagonista, devolviéndole a lejanos tiempos en que hablaba y actuaba de otra manera. En fin, una simple comedia fallida con más bien poca gracia.