El pasado jueves en el Teatro de La Axerquía tuvo lugar otro descomunal concierto de Pat Metheny para el Festival de la Guitarra de Córdoba. Una cita para la que sigue siendo requerido, lo que agradeció públicamente con una generosa velada.

No importa el formato que elija, los ha probado todos, hasta incluso hacerse acompañar por robots. Es solo una prueba más del compromiso de un gigante con su instrumento y con la Música, con mayúsculas. Su impronta queda reflejada en todo lo que compone y toca, y a sus 63 años está considerado como uno de los músicos más influyentes en la nueva órbita del jazz contemporáneo, cuya extensa, intemporal y ecléctica obra trasciende galardones y se sitúa en el olimpo de la sensibilidad, otorgando, con este bagaje de reconocible personalidad, una nueva dimensión histórica al jazz. El pasado jueves pasó por Córdoba y volvió a hacernos temblar.

Siempre rodeado de geniales músicos, en esta gira no podía ser menos. Su brazo derecho, durante dieciocho años ya, sigue siendo el batería mejicano Antonio Sánchez, dotado de una musicalidad extrema, de la que dio buena prueba tanto en sus originales solos como en la función principal de acompañamiento.

A ellos se les unen en esta gira dos fichajes de alcurnia y de preciada rentabilidad musical. En el contrabajo encontramos a la malaya Linda May Han Oh, con un dominio apabullante del instrumento y un trabajo minucioso en cada una de sus intervenciones, en especial la del dúo con Metheny en el último tramo de un sopesado y equilibrado repertorio de más de dos horas y media de duración con el que contentaron a todos, así como en los bises con el bajo eléctrico. May es un diamante auto-pulido a base de laboriosos sentidos. A cargo del piano estaba el británico Gwilym Simcock. Si la primera fue una maravillosa sorpresa en directo, este pianista volcó las enciclopedias en sus dedos respirando nuevos y felices horizontes en los que se adentraba con la venia de un líder natural que navega con ellos creciendo juntos en el escenario. Toda una lección de objetivos comunes y todo un privilegio asistir a cada una de las citas con este grandísimo músico y artista.

Pat Metheny sigue siendo ese valioso bastión por el que no pasan las etiquetas. Su música se extendió única y radiante en un escenario sobrio, dispuesto en U, como a él le gusta, como vino la primera vez en este mismo recinto en los años ochenta.

Las cinco guitarras que usó, y que siempre le acompañan, sonaron pletóricas, si bien, el sonido no se acomodó hasta bien entrado el concierto, algo suplido con creces por el carismático cuarteto en una noche plagada de buques insignia de su factura.

Metheny sacó sus mejores galas en forma de repertorio escogido y sonaron temas tan emblemáticos y llenos de intensidad como Song for Bilbao o Always and forever, por mencionar solo algunas, o la legendaria Are you going whit me, ya en el

«superbis» final, con cabida para un popurrí en solitario donde sonaron gran parte de los éxitos de toda una vida consagrada a la música.

No hubo pleno esta vez en gradas y butacas, pero sí una buena parte de melómanos que se dieron el lujazo de asistir, una vez más, a la demostración de cómo se traducen los sentimientos a notas musicales, y viceversa.