Metallica, piedra angular del thrash metal con 110 millones de álbumes vendidos, hermanó ayer la fuerza de sus orígenes con un presente musical pletórico para reventar su primera cita en España del Worlwired Tour y fulminar el «récord» de asistencia del Palacio de Deportes de la capital.

Con 16.767 personas, según el recinto, James Hetfield (voz y guitarra), Kirk Hammett (guitarra), Robert Trujillo (bajo) y Lars Ulrich (batería) fueron los encargados de inaugurar en el WiZink Center lo que previsiblemente será un 2018 inolvidable en Madrid para la música de las grandes cifras, tras colgar el cartel de «no hay entradas» el día de apertura de taquilla, hace casi un año.

El acceso, con tiques nominativos, estrategia empleada para contrarrestar la reventa abusiva, no supuso ningún tachón en la jornada y, pese a la obligación de identificarse a la entrada (y otros requisitos extraños como la prohibición de las tachuelas en un concierto de metal), el acceso del público fue ágil.

Era una visita muy esperada, por cuanto no pisaban la ciudad desde hacía 9 años (también entonces en el Palacio de Deportes), 8 desde su paso por el Rock in Rio de Arganda del Rey y seis de su meticuloso repaso en el festival Sonisphere de Getafe a Metallica (1991), el popularmente conocido como Black Album.

De aquella joya, que ya entonces se tocó de fin a principio y que se mantiene como uno de los discos más vendidos de los últimos 25 años (21 millones de copias), sonaron ayer tres cortes, Sad but true y, sobre todo, Nothing else matters y Enter sandman como soberano e indiscutible cierre.

Precisamente del trabajo que ahora les ocupa, Hardwired... to Self-Destruct (2016), que en España fue disco de oro, proclamó la crítica que era de lo mejor que habían hecho desde el álbum negro, dotado de una energía en la misma dirección de sus grabaciones más lúcidas y furibundas. Al calor de la velada y a la asistencia contribuyó también la verticalidad del pabellón, que recuperó el formato de 360 grados.