Bob Dylan, Premio Nobel de Literatura del 2016, impartió la noche del sábado en Salamanca, donde su Universidad celebra este año su octavo centenario, una clase magistral, un concierto para melómanos y para fieles al legendario músico, poeta y cantante, el primero de su gira en España y que continuará en Madrid y Barcelona. Dylan estuvo intimista y vibrante, lúcido y entregado, recordó viejos éxitos, ofreció nuevos temas y brilló con su propia luz, con la que le valió el Nobel. Un pabellón, el Multiusos Sánchez Paraíso, entregado desde antes de comenzar el concierto, unos espectadores que agotaron las entradas a los pocos minutos de salir a la venta, fieles seguidores, eternos enamorados de un Dylan que lleva grabando discos desde 1962, cuando publicó su álbum Bob Dylan.

Ante este entorno, el prolífico artista lo tenía fácil para no defraudar, sobre todo porque su parroquia -seguirlo es más una cuestión de fe, que un acto de fanatismo- conoce las reglas de juego que impone para sus conciertos, en los que no hay una canción parecida a la de sus discos, en los que cada nota que sale de los instrumentos que lo acompañan es una obra maestra, sin saludos de inicio ni de despedida, con un control exhaustivo para evitar fotografías. Fue puntual. A las 22.00 horas en punto comenzó su concierto, como si fuera en uno de los bares ilustres del Nueva York de los años 60 del pasado siglo, con constantes cambios de ambientación. Se iluminaron las escasas luces del escenario, y comenzó con su Things Have Changed, una canción que empezó a ambientar a un pabellón entregado, con un público de edad ya madura.

Vestido con su chaqueta blanca y un pantalón negro, Dylan apenas se levantó de su silla y dejó atrás su piano. Solo en dos ocasiones, cuando cantó Highway 61 Revisited y ya al final de su actuación, al interpretar Why Try to changee me now; porque salvo esos dos momentos, y cuando a las 23.45 horas acabó el concierto, estuvo en todo momento sentado, sin hablar, sin responder a su público. Solo tocó el piano y cantó. Y lo hizo de la mejor manera posible y rodeado de un silencio monacal.