Han pasado casi quince años desde que se estrenó Los Increíbles (2004). Su director, Brad Bird, se había convertido en una de las grandes promesas del cine de animación después de realizar El gigante de hierro (1999) cuando fichó por la factoría Pixar, que en esos momentos también había revolucionado el sector gracias a Toy Story (1995). Así que la conjunción entre ambas personalidades resultó apoteósica. Los Increíbles le dio la oportunidad a Bird de homenajear el cine de espías y ciencia ficción de finales de los 50 y los cómics de superhéroes, al mismo tiempo que experimentaba con la cinética de la imagen generando escenas de acción de una perfección formal y tecnológica apabullante.

Pronto se convirtió en una de las películas favoritas para niños y mayores, sobre todo gracias a sus personajes, esa familia Parr que se esforzaba en compatibilizar sus superpoderes y su sentido de la ética justiciera con las actividades domésticas que implican la crianza de los hijos y el mantenimiento de la estabilidad marital y familiar. Sin embargo, a diferencia de otras franquicias de la casa que pronto tuvieron sus correspondientes continuaciones, Los Increíbles parecía que nunca iba a contar con una secuela. Ahora, ese retorno se convierte por fin en realidad y el director se hace cargo de la esperadísima segunda parte de Los Increíbles.

«Nunca me lo he pasado mejor haciendo una película. Fue muy especial para mí porque nunca había tenido (y creo que nunca tendré) tanta libertad creativa, pude desarrollarla desde el principio hasta el final. Estaba, en el fondo, ansioso de volver a trabajar con los personajes y verlos evolucionar», señaló el director en su visita de presentación de la película en Madrid. En este sentido, resulta curioso que haya decidido retomar la aventura justo en el momento en el que abandonó la anterior. «¿Por qué no?. En imagen real esto habría sido imposible porque no se puede luchar contra las leyes de la física. Pero después de catorce años, continuar el siguiente capítulo cinco segundos después, me parecía muy interesante».

De modo que nos volvemos a encontrar con la familia al completo tal y como la habíamos dejado: con el matrimonio Parr, su hija teenager Violet, el preadolescente Dashiell y el bebé Jack-Jack, todos juntos teniendo que luchar contra el crimen mientras resuelven sus problemas individuales.

El pequeño bebé se convertirá en la verdadera estrella de la función. «En el caso de Jack-Jack, era una bomba a punto de explotar», continúa Brad Bird. «Los espectadores sabían de sus poderes, y los demás personajes no, así que daba mucho juego». El director nos cuenta que todos los ruidos que caracterizan al bebé y a través de los que expresa sus emociones corresponden con una grabación que uno de sus compañeros le hizo a su hijo pequeño hace quince años.

Por último, otro de los elementos que más llamaron la atención en la primera película, las set-pièces de acción, vuelven a convertirse en un auténtico espectáculo. El director muestra su veneración hacia directores como Steven Spielberg, James Cameron o George Miller porque son expertos en geografía, siempre saben en cada momento dónde están los personajes. Bird muestra su virtuosismo y su capacidad para sacar el máximo partido a los elementos con los que cuenta, convirtiendo cada recurso en un alarde de imaginación visual.