No existe la menor duda de que la historia, los hechos históricos, sea cual sea la repercusión de los mismos e incluso la óptica desde la que se nos hacen presentes, están íntimamente ligados a los personajes que de alguna manera fueron quienes los sacaron a luz pública. De esta forma, tampoco es aventurado decir que dentro del mundo del arte y la literatura, Federico García Lorca fue en el pasado siglo, y todavía lo es, uno de los nombres propios que se recuerdan con más fuerza.

En este delicioso montaje de Juan Carlos Rubio: Lorca, la correspondencia personal, como él mismo dice, toma todo el material que puede reunir sobre cartas, escritos, notas y conversaciones del poeta y dramaturgo granadino para iniciar un magnífico acercamiento hasta el Lorca hombre, persona e individuo. Lo hace despojando de florituras el espacio escénico para centrar el grandioso trabajo de una insuperable Gema Matarranz y un portentoso Alejandro Vera, sumergidos desde el principio en un juego de dualidad única de todas las facetas del alma de Federico como artista y como persona. Juan Carlos dibuja con maestría los recuerdos de los principales momentos de la vida de Lorca encerrándole entre las cuatro paredes de la celda que iba a ser la puerta de su muerte.

Detrás de los actores, toda su vida se muestra encerrada en múltiples archivadores de donde irá saliendo esa memoria histórica en forma de correspondencia que muestra los dos rostros de la vida: alegre y triste, vital y desesperado, amargo y dulce. Es un recorrido poético a través de estas cartas que pueden ser irónicas, surrealistas, fascinantes, de un realismo hiriente en ocasiones.

Ochenta años han transcurrido ya desde su muerte. Su vida de artista es ya del dominio público. ¿Cuántos Lorca podríamos encontrar en Federico? Antes que escritor, fue músico y un excepcional Miguel Linares adorna el espectáculo con un brillante espacio sonoro, que envuelve todo el texto en el que aparecen los nombres de sus amigos y compañeros poetas. Pero también conoce a Einstein, a Madame Curie, a Falla, es amigo de Jorge Guillén. Si no hubiera muerto, ¿cuántos Lorcas podrían haber crecido desde los movimientos de vanguardia y de su viaje a Nueva York? ¿El teatro sería igual después de ese considerado teatro irrepresentable de El Público o Así que pasen cinco años?

Gracias por esta magnífica puesta en escena del teatro como revolución y explosión del ser humano ante el sentido de la vida y de la muerte.