Aunque no se ha prodigado mucho en los escenarios desde que se separara de su pareja artística y sentimental, Manuel Molina, Lole Montoya nunca ha abandonado del todo su carrera musical, una carrera a la que ahora esta cantaora, que en los setenta revolucionó el flamenco, da un nuevo impulso.

"Me emociona volver a los estudios de grabación, a los escenarios", dice, en una entrevista con Efe , Lole Montoya, que, a sus 52 años, confiesa estar "en un momento bonito" y con ganas de "crear".

En los últimos meses ha ofrecido cuatro conciertos, el último de ellos el pasado jueves en el ciclo de flamenco de Los Veranos de la Villa, en los Jardines de Sabatini, con su hija Alba Molina, a la que ella llama "mi mejor canción".

El próximo 18 de agosto actuará en Los Corrales (Sevilla) y luego, en septiembre, comenzará a grabar un nuevo disco de flamenco, dos años después de editar su último álbum, Ni el oro ni la plata (2004).

Además, a la cantaora sevillana le han ofrecido un proyecto discográfico del que no quiere dar detalles, pero que, según cuentan, será un vuelco de su carrera y de su voz hacia otras latitudes.

"Está haciendo un punto y aparte para olvidarse del pasado definitivamente y empezar de nuevo", dicen quienes trabajan con esta cantaora nacida en Triana (Sevilla) en el seno de una familia fundida con el arte jondo, hija de Juan Montoya, bailaor, y de Antonia Rodríguez La Negra , cantaora y bailaora nacida en Orán (Argelia).

En 1975 Lole Montoya y Manuel Molina abrieron una nueva puerta para el flamenco con su primer disco, Nuevo Día , con el que, entre otras cosas, adivinaron la riqueza de la fusión del flamenco con la música árabe y emprendieron un itinerario en el que crearían temas tan inolvidables como Erase una vez o Todo es de color .

Tras la separación de la pareja artística y sentimental, Lole Montoya buscó consuelo en la religión, un aspecto que aún hoy plasma en sus conciertos, en los que cuela canciones que expresa su amor a Dios, aunque de forma más templada a como lo hizo hace algunos años.

"Más que religión, yo lo llamaría una relación espiritual. Tener paz interior es importante, porque si no estás en paz contigo misma, no lo puedes estar con los demás. Para mí lo más importante de la religión es amar al prójimo, aceptar al prójimo, que te importe tu prójimo", comenta la cantaora, que asegura que tiene "muy superada" la separación artística y sentimental de Manuel Molina. "Me encuentro bien, en el escenario estoy a gusto sola, con mis músicos, porque me entienden. A Manuel le recuerdo como algo importante, le echo de menos, pero sin nostalgia ni sufrimiento, sino como algo bonito", dice.