Nacida en 1975 en Sevilla, la periodista Xenia García ha publicado su primer libro de relatos (El trigo que cae) en la editorial Talentura. El libro incluye 20 cuentos en el que aparecen temas como la incomunicación, la maternidad o la culpa, amoldados en un estilo que busca la concisión y la claridad en el mensaje.

-La incomunicación de los personajes es un nexo en sus relatos. ¿Por qué se llega a esta situación? ¿Es la incomunicación uno de los problemas más graves de la sociedad actual?

-Creo que la incomunicación es una constante en las relaciones personales. No solo en las sentimentales, que también, sino en las relaciones en general, sean del ámbito que sean. Creo que la incomunicación impide las relaciones personales, las adultera, pero cuando hablamos del ámbito sentimental y familiar las consecuencias se nos hacen más presentes. En muchos de mis relatos, la pareja y la familia son instituciones fracasadas a causa de esa incomunicación y, por supuesto, a causa de la imposibilidad de mantener vivo el amor o la idea de amor que consumimos.

-Es curioso que en nuestros días siempre se diga que la sociedad es la más informada de la historia, pero la realidad parece decir lo contrario cuando se ve los problemas de incomunicación que existen.

-Claro. Se ha hablado mucho de la sociedad hiperconectada y de los problemas de incomunicación que ha generado. Las familias se sientan alrededor de la tele, tablet o móvil en mano e interactúan con códigos diferentes. Antes, en las tertulias familiares se contaban historias, haciendo pocas distinciones entre grandes y pequeños. Los niños escuchaban las mismas historias que los adultos y, dependiendo del niño, captaba unos matices u otros. Hoy consumimos titulares. Esa es la comprensión que tenemos de la realidad, para qué engañarnos. No nos quedan muchas más opciones ante esta contaminación informativa.

-Y la infelicidad, ¿por qué nos resulta tan difícil ser felices?

-Esa misma pregunta se la formuló uno de mis personajes. ¿Por qué nos sentimos infelices teniéndolo todo? ¿No nos ha pasado a todos alguna vez que a pesar tener todos los elementos necesarios para ser feliz nos sentimos infelices? No sé, ¿tendremos demasiado de ciertas cosas, demasiado de todo y lo único que conseguimos es un vacío existencial?

-¿Por qué se ha decidido por un libro de cuentos? ¿Estamos más acostumbrados al relato breve en la actualidad que a una novela de más de 500 páginas?

-En mi caso no es determinante la forma de vida que llevamos, aunque, sin duda, el tener continuas interrupciones al leer favorece la elección del relato frente a la novela. Yo he leído y escrito cuentos desde pequeña. Lo que he sentido leyendo cuentos de escritores como Cortázar (todo empezó con Cortázar), Hebe Uhart, K. Mansfield, Patricia Highsmith, Carver, Richard Ford, Lorrie Moore, y tantos otros, no lo he sentido leyendo novela. Cortázar comparó el cuento con una esfera, con la forma geométrica perfecta. Aunque hoy se ha debatido mucho sobre el concepto de cuento redondo, sí que creo que el cuento requiere en mayor medida la complicidad e interpretación del lector, rellenar esos huecos, esa elipsis del cuento que se completa únicamente gracias al lector.

-Como periodista, en sus relatos aparecen muchos de los rasgos que definen el lenguaje periodístico, desde la brevedad a la concisión. ¿Quiso escribir antes que ser periodista?

-Quise escribir desde siempre. Pero ser escritora, ser escritora es otra cosa. Yo escribía (y escribo por necesidad). Igual que no se es madre por parir, no creo que una sea escritora por publicar un libro. Sin duda la escritura fue uno de los motivos (erróneo, como pude comprobar) para estudiar periodismo. No encajé en la profesión, porque a mí me gustaba la comunicación en su sentido más amplio. A eso llevo dedicándome hace ya muchos años. Yo escribía mientras mis amigos salían, escribía mientras mis amigos jugaban, escribía mientras ellos veían la tele. Y por supuesto que también salía y veía la tele, pero escribir para mí era como jugar. «La literatura es la infancia recobrada», dice Bataille. Y yo creo que jugué poco en mi niñez. Quizás por eso escribía. A los ocho años comencé a escribir en un diario. Poco a poco me di cuenta de que escribiendo conocía más de mí misma y de mi entorno, empezaba a comprender ciertas cosas que pasaban a mi alrededor. Más tarde tomé conciencia de que esas palabras no sólo podían servir para contar lo que ocurría en mi mundo, sino para narrar lo que ocurría en mi cabeza y para crear otras realidades. Y me puse a escribir. De todas formas, si soy sincera conmigo misma, todas estas razones esconden cierto vacío, cierta necesidad que el acto de escribir llena. La insatisfacción alimenta la fantasía.

-¿Por qué cree que su libro puede interesar a un lector tan desbordado de publicaciones en la actualidad?

-El trigo que cae está compuesto por veinte relatos, veinte historias sobre personas que viven en una realidad banal rodeadas de incomunicación donde lo extraordinario juega un papel fundamental. Me interesa mucho el carácter ilusorio de la realidad, con sus tiranías, sus engaños, obsesiones, rutinas y repeticiones. Me gusta jugar con la posibilidad de crear realidades diferentes en ese entorno en el que parece que está todo dicho y establecido. Por eso la mayoría de las historias de El trigo que cae ocurren en el hogar. La familia es el principio y el final de todo. El lector también encontrará varias referencias a otro de mis temas recurrentes: la maternidad en toda su complejidad, como redención o como castigo. Y relacionado con la maternidad, la otredad, ese tomar conciencia de uno mismo en el contacto con el otro, con nuestras pasiones, nuestras miserias, nuestros miedos. Y, por supuesto, me gusta que mis personajes tengan dilemas éticos. La monogamia, el matrimonio, la maternidad, el goce al sufrimiento.