Hace 40 años, Wim Mertens daba sus primeros pasos como músico profesional acogiéndose a la herencia del minimalismo y proyectando nuevas inquietudes. El pianista belga conmemora la efeméride con una caja de cuatro compactos, Inescapable (1980-2020) , y una gira que le trajo ayer al Gran Teatro.

--¿Le gusta mirar hacia atrás?

En absoluto. Siempre hay el peligro de presentar una imagen de carrera cerrada y me parece más interesante pensar en el futuro. Pero hay que hacerlo a veces. En este caso, era una ocasión bonita para retratar una obra que presenta muchas facetas distintas. Cuando trabajas en un disco sueles ser sensible a la idea de unidad.

--¿Recuerda lo que le llevó a interesarse por la música?

--Sí, tenía ocho años y fue bajo el influjo de mi padre, que era músico, cantaba y tocaba varios instrumentos. Sin forzar las cosas, a unos chicos del pueblo nos propusieron ir a una escuela de música que estaba a diez kilómetros. Elegí la guitarra clásica, la española, que no era una opción muy obvia en aquella época, finales de los 60, principios de los 70, porque no estaba aceptada para el repertorio clásico. Pero para mí fue una buena elección. El piano vino un poco más tarde, cuando tenía 10 o 12 años, y se convirtió en mi segundo instrumento. Estudié muy seriamente solfeo y todo eso, hasta que a los 18 años sentí que debía cortar con aquello. Fui a la universidad a cursar algo completamente distinto [ciencias sociales y políticas], pero dos años más tarde fui a estudiar musicología en Gante, porque quería tratar de entender por qué la música cambia a lo largo de la historia. ¿Por qué motivo? ¿Qué hace que la música cambie a veces? ¿Es debido a la música en sí misma, o debido a la sociedad? A largo plazo esto sería lo que me interesaría.

--Siempre le ha interesado superar las categorías: clásica, vanguardista, popular...

--Así es. A principios de los 80, mis primeras experiencias fueron en producciones discográficas electrónicas, como The sound of pimball machines . Luego introduje instrumentos acústicos. Maximizing the audience (1985) fue un disco muy apreciado en España. Mi primer ‘ensemble’ constaba de dos músicos de jazz, dos de pop y dos de clásica, con arpa clásica, violín, pero también saxo soprano y bajo eléctrico. Me interesó mucho esa sonoridad que iba más allá del canon de la música clásica.

--¿Qué le gusta pensar que despierta su música, una reacción emocional, intelectual, una reflexión sobre el estado del mundo?

--No soy partidario de explicar la música con palabras, porque para mí la lingüística es algo muy distinto a escuchar unas composiciones. Pero estoy convencido de que mi música puede ser comprendida de una manera muy natural por públicos muy diversos, tanto en edad, como en especialización, o en ubicación geográfica. Quizá por eso comencé a cantar en una lengua que es como el lenguaje musical, no sirve para actividades cotidianas, y de una noche a otra lo que canto es diferente porque se genera en el acto.

--Europa atraviesa una época extraña, entre el Brexit y el auge de nuevos equilibrios geopolíticos, con superpotencias que la están relegando. ¿Tiene eso influencia en su música actual?

--Mi nuevo álbum, The gaze of the west , tiene exactamente que ver con eso, con la situación que se vive en Europa, que ya no es la primera potencia económica mundial, lo cual tiene repercusiones culturales y artísticas. Los europeos debemos ser conscientes de que ya no vamos a seguir igual que en los últimos 50 años. Apenas estamos empezando a serlo. En el campo musical, en Europa dedicamos todavía mucho tiempo y dinero a reproducir las obras maestras de los últimos tres, cuatro o cinco siglos, y eso es contraproducente para la creatividad de la comunidad, del continente. Limitarse a reproducir esas obras, por muy interesante que sea, es autodestructivo.