Su nombre se hizo especialmente popular el pasado verano, tras ser incluido en el exclusivo comité de expertos que habría de evaluar a los aspirantes a dirigir RTVE. Pero Francisco Sierra Caballero ya era, desde mucho antes, uno de los investigadores más respetados en el ámbito de la Comunicación contemporánea. Nacido hace 50 años en Gobernador, un municipio de poco más de 200 habitantes situado en la comarca granadina de Los Montes, muy cerca de Jaén, este catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla presenta ahora Introducción a la Comunicología, una obra en la que aborda, de manera crítica y panorámica, el ámbito de la mediación social y el papel que juega la comunicación en la propia conformación de la sociedad.

-Se muestra muy crítico con la Universidad y con las propias empresas del sector de la comunicación. ¿En qué medida son responsables de los males que acechan hoy día al Periodismo?

-Al menos somos responsables de dos falencias. La primera es la ausencia en el mapa curricular de un fuerte componente tecnológico. Estamos en plena revolución digital y las facultades siguen enseñando un Periodismo del pasado siglo. La academia vive en la era analógica y no asume procesos como la transmedialidad, el universo de los videojuegos y formatos, géneros y narrativas que están transformando la profesión y que apenas se exploran como materia. Lógicamente, hay excepciones. En la Facultad de Comunicación (FCOM) de la Universidad de Sevilla, por ejemplo, se ha impulsado un Aula de Videojuegos pero estamos ante experiencias episódicas y, por lo general, marginales.

-¿Vive la Universidad de espaldas a la sociedad? ¿Solo se escucha a sí misma?

-En general, la Universidad no está interviniendo en el mundo de la comunicación ni asumiendo un rol de liderazgo moral e intelectual ante los retos que vive la sociedad en la actual crisis civilizatoria. Cuando insisto en que la principal virtud socrática es la atenta escucha es porque el diálogo es la condición existencial más importante. La escucha activa es vital para un periodista, y para un intelectual. Pero vivimos un momento de cultura del monólogo. Se escribe y habla mucho pero la gente no está dispuesta a escuchar y la Universidad igualmente delibera, discute y presta poca atención a otras voces. Así resulta imposible cumplir su misión de servicio público. Pero, dicho sea de paso, tampoco la profesión escucha a la academia.

-Como profesor reclama del alumnado una mayor capacidad reflexiva y de análisis. ¿No estábamos ante las generaciones mejor preparadas de la historia?

-Si le soy sincero, creo que ese discurso es falso o, cuando menos, interesadamente sesgado. Es verdad que las nuevas generaciones tienen más competencias pero, la mayoría, son instrumentales. Nos encontramos a alumnos con serias dificultades de comprensión de textos científicos o de dificultades de argumentación, análisis y raciocinio complejo. ¿Y qué le voy a decir de la cultura o bagaje intelectual? Francamente, es una generación con graves y notables carencias y que no se está formando para la vida sino para la acumulación de créditos.

-Muchos alumnos de Periodismo abominan de las asignaturas que no son prácticas. ¿Por qué son necesarias materias como Teoría de la Comunicación?

-No conozco a juristas que discutan sobre la pertinencia de la Filosofía del Derecho en la formación de los futuros abogados. El discurso contrario a la ciencia en las facultades de Comunicación se debe a una errónea concepción práctica de la formación. Quizás convendría, como sucede en algunos países de la Unión Europea, diferenciar el modelo de formación superior -de cinco años y con una alta formación intelectual- y un ciclo corto de tres años con un sentido más profesionalista.

-Alude en su obra a la «multiplicación de canales de acceso al saber». ¿Qué riesgo representa?

-Estamos construyendo un ecosistema de medios monstruoso, desproporcionado, saturado, que es insostenible y que afecta a la capacidad de orientación y socialización del sujeto de la cultura red. Vivimos procesos acelerados que impiden que el ciudadano procese con la necesaria distancia y reposo la información. La capacidad humana de procesamiento de datos es limitada y el efecto de saturación es el primer paso para que el ciudadano sea manipulado. De hecho, una de las técnicas más comunes de propaganda, como sucedió en la primera Guerra del Golfo, es la canalización de multitud de datos secundarios a fin de escamotear al escrutinio público lo que hemos dado en llamar «información sensible».

-¿Se le ocurre alguna solución?

-Necesitamos discriminar, equilibrar los ecosistemas culturales, jerarquizar las fuentes y seleccionar mejor los repertorios e informaciones que circulan. En nuestro sistema mediático hay un exceso de redundancia, de información banal e irrelevante y de intoxicación, de contenidos basura, que afectan a la cultura y a la convivencia democrática y que han degradado el propio oficio y no digamos la credibilidad de medios y periodistas.

-¿Y qué papel juegan actualmente las ‘fake news’?

-Las fake news son la forma visible de los dispositivos de dominio y control social que, por cierto, se acompañan del rumor, una manifestación que suele proliferar en modelos autoritarios, opacos o de falta de confianza como sucede hoy día. Así, se escamotean las estrategias del poder y de la persuasión con la que, por ejemplo, el público presta atención a Trump mientras Wall Street despliega sus estrategias de acumulación por desposesión. Esta es la cuestión vital que se debe discutir: el velo o manto de ocultación de las medias falsedades o de las noticias prefabricadas.

-En pleno auge de la posverdad, ¿considera que los medios forman e informan o hacen justamente lo contrario?

-En un sentido genérico, no forman, más bien lo contrario, y en países con pobre cultura democrática y carente de un sistema de medios educativos, como España, no podemos hacer un balance satisfactorio. Más bien cabría hablar de una situación de déficit democrático en la función social de la prensa en nuestro país. Y por lo que corresponde a la información, ésta resulta pobre, redundante y con un nivel de credibilidad, ahora que se puede contrastar con las redes sociales, en franco declive.

-Si nos centramos en España, el panorama comunicativo se asemeja cada vez más a un oligopolio, en el que unas pocas empresas se reparten, prácticamente, todo el mercado. ¿Le preocupa esta realidad?

-Claro, es muy grave. El sistema público ha sido relegado con la reforma del audiovisual y el apagón analógico, al tiempo que la formación de un duopolio deja en manos de la banca, las grandes compañías eléctricas y de telecomunicación el control del espacio público y de participación democrática. Cuando hablamos, por ejemplo, de la estructuración de la deuda y de la crisis financiera, los términos del debate terminan por estar hipotecados por la concentración del poder informativo, por la estructura asimétrica y desequilibrada de acceso y control del espacio mediático.

-¿Qué les diría a esos estudiantes de Periodismo que están a punto de salir de las facultades?

-Deben perseguir sus sueños, construir, con otros en común, espacios y proyectos de esperanza. Pero para ello es preciso el incansable trabajo de Prometeo: leer, escribir, inventar, caerse, volverse a levantar, producir, soñar, arriesgarse... La vida es eso. Y deben saber que sin vocación y sin pasión por el oficio el desarrollo profesional es imposible.