La serie negra de Lorenzo Silva protagonizada por los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro siempre ha atraído mi interés por el suspense creado en cada uno de los asuntos que acometen. Siempre imagino estos libros como estupendas películas latentes, pendientes de que algún cineasta con elegante estilo caiga en la tentación de convertirlas en guión con la misma maestría que Manuel Martín Cuenca cuando realizó La flaqueza del bolchevique allá por 2003.

En 2002, Patricia Ferreira ya se atrevió con El alquimista impaciente, sin demasiada fortuna, siendo Roberto Enríquez e Ingrid Rubio los intérpretes que daban vida a los investigadores. Ahora, nuevamente, lo intenta Andrés M. Koppel -guionista de Intacto (2001) y Zona hostil (2017)-, que con esta película salta a la dirección adaptando otra novela de la saga, pero me temo que tampoco será muy recordada con el paso de los años.

En primer lugar, ya en el avance promocional de la producción se podían observar algunos de los defectos que posteriormente se sufren durante el visionado del largometraje. Me refiero a la elección del casting y las consecuencias de ello. Elegir a Quim Gutiérrez no creo que haya ayudado demasiado a dar verosimilitud a Vila, como lo llama su compañera (interpretada por Aura Garrido en esta ocasión), no sólo por la edad, que no corresponde al personaje (debería ser más distante la diferencia entre ellos), sino que, asimismo, no parece muy adecuada la aptitud que muestra, esa desgana permanente, ese decir el texto como para cumplir, a veces ni siquiera se entienden los parlamentos (algo que parece la norma en este reparto, salvo excepciones). Tampoco la adaptación es la mejor, aun habiendo suprimido la voz en off del narrador, la claridad brilla por su ausencia.

No obstante, sí es de agradecer la excelente ambientación a la hora de crear atmósferas, así como la elección de las localizaciones en la Gomera y Tenerife. Pero hay que recordar que un thriller no sólo es eso: atmósferas. La intriga también cuenta y la claridad a la hora de narrar.