Es extraño entrevistar a un ministro al que no se le puede pedir que rinda cuentas de su gestión ni que exponga planes, en el primer caso porque lleva ocho meses en el cargo sin presupuesto propio y en el segundo porque le quedan dos meses más bien inoperativos, pero bueno, no está escrito que no vaya a repetir tras las elecciones.

¿Cuál es su opinión sobre la obra Ninot de Santiago Sierra, no como ministro de Cultura sino como experto en arte?

Arco tiene siempre al inicio algo de espectáculo, la prensa se fija en lo más llamativo, lo más extravagante. Esta pieza de Sierra está en el lado del espectáculo, no en el lado del arte. En general es la manera de estar de Sierra en el mundo del arte, la provocación. Esta pieza no me parece especialmente interesante, es algo muy obvio.

El arte político nunca ha sido precisamente sutil. Parece que en la actualidad sea en España un tipo de arte que solo se aprecia si hay distancia, sea temporal o espacial.

El arte de lectura política, que existe desde siempre si bien tuvo su momento más álgido a partir de los 60 y sobre todo en los 70, siempre está relacionado con un contexto. Y el contexto más cercano tiene más datos sobre lo que esa obra significa. Entonces puede pasar que sea mejor comprendida y no necesariamente ninguneada. Creo que en este caso el problema es que es una pieza desde el punto de vista político y conceptual absolutamente obvia y por tanto endeble, por no decir oportunista. Y esto es lo que hace que su valor sea más relativo.

Separemos a Valtònyk del procés que lo ha adoptado. ¿Le parece que su condena fue un ataque a la libertad de expresión?

Opinar sobre algo que ya está sentenciado yo nunca lo hago por una cuestión de respeto al poder judicial. Unas sentencias nos gustan más y otras menos. Pero es verdad que siempre hay un territorio de fricción entre la libertad de expresión y algunas partes del ordenamiento jurídico, pero esta fricción creo que es inevitable, a veces para bien y a veces para mal. Pasa no solo con los casos que llegan a juicio. Ahora hay en Madrid una magnífica exposición de Balthus que ha generado fricción por su visión de la adolescencia, causada por esta ola de puritanismo que nos invade y que viene sobre todo de Estados Unidos y de la extrema derecha europea. Territorio de fricción con el arte siempre lo habrá porque el arte tiene algo o puede tener algo que moleste al poder o a ciertos sectores de opinión. El problema es cómo se manejan esas fricciones. Unas veces se manejan bien y otras mal.

¿Considera preocupante que las entidades financieras cada vez tengan mayor cuota en la oferta de cultura en general y de arte en particular?

No. Su presencia está en función de su patrocinio y en ese sentido me preocuparía si dedicaran su dinero a patrocinar cosas de mala calidad o que fueran incluso denigrantes para la idea de la cultura como algo cívico, social, inspirador. La actividad que están teniendo hasta ahora está muy centrada en apoyar grandes exposiciones, grandes museos; bueno, me parece una manera razonable de que parte del beneficio que tienen revierta a la sociedad. Eso evidentemente también tiene una función de márketing, pero como cualquier patrocinio.

Pongámonos conspiranoicos: difícilmente va a patrocinar una entidad financiera una cultura que se mueva en el territorio de fricción al que usted aludía.

Depende. Tenemos casos de entidades financieras que han patrocinado espacios culturales o exposiciones donde sí había elementos de fricción. Eso depende también de la calidad o del conocimiento que tengan las personas que se dedican al patrocinio dentro de las entidades financieras. Pero yo he visto exposiciones con obras muy criticas o actividades muy críticas financiadas por bancos.

¿Piensa en La Casa Encendida, de Caja Madrid, que usted dirigió?

Por ejemplo.

¿Se pone verde de envidia cuando lee que el Louvre tuvo el año pasado más de diez millones de visitantes?

Pues no me parece un dato especialmente positivo. Primero: adónde van esos diez millones de visitantes dentro del Louvre? Van a una serie de piezas estrella que están concentradas alrededor de Mona Lisa. Para mí lo que define la visita a un museo es la calidad de la visita. Que el espectador pueda encontrar un espacio para relacionarse de manera personal con la obra de arte. Entonces todo lo que sean grandes números de masas no me emociona especialmente. Los museos no trabajan en la liga de la competición de quién vende más o qué emisión televisiva tiene más espectadores. Los museos deben de competir en la liga de quién da un programa expositivo de mayor calidad, o quién da un programa educativo más completo y orientado hacia mas público, o quién presenta la obra de manera más científica, más honesta... Entonces toda esta carrera por ver quién tiene más visitantes me parece caer en la banalizacion de las cifras.

Muy bonito, ministro, pero esa carrera existe, espoleada por el binomio turismo de masas-museos y por las entidades financieras que sacan pecho.

Si voy a París y tengo hueco siempre tengo un ratito para el Louvre. Un día vas a ver los vasos griegos y otro vas a ver la pintura de Fragonard y otro vas a ver la pintura italiana. Porque como no puedes ver todo... Resulta que tú puedes estar en el Louvre viendo los vasos griegos y estar prácticamente solo. Y resulta que hay miles de personas que están taponando la salida porque se dirigen a ver Mona Lisa o la Victoria de Samotracia. Los museos son espacios de comunicación con la obra de arte y con uno mismo porque eso es lo que define el arte, que nos modifica algo, que nos sugiere, que nos emociona, que nos genera pensamiento. Por lo tanto eso no se puede hacer en un lugar masificado. Vi un vez en mi vida Mona Lisa y habré ido cien veces al Louvre, y tenía un cristal de seguridad de tal calibre que lo que veías estaba enverdecido. Creo que hay que seguir pensando en los museos como espacios silenciosos, de concentración, de recogimiento, educativos.

A esto se le llama ir a contracorriente.

El problema no son los diez millones sino cómo se reparten en los espacios, en los horarios... Claro que el Louvre tiene capacidad para acoger a diez millones, pero la gran mayoría va a muy pocas cosas. Ahí también hay un trabajo de los museos de cómo se organizan los itinerarios. Mi experiencia en el Reina Sofía es que un número importante de público va a ver el Guernica; entras, lo ves y te sales. A la gente hay que disuadirla de que un museo solo tiene una o cinco o cincuenta piezas que ver. Depende de cómo organices los flujos, puedes conseguir que quien quiera ir a ver solo una cosa tenga que trabajárselo y andar. Lo he observado en el Reina: el público se divide entre el que tiene pinta de conocer y la asociación de vecinos que va a ver el Guernica. Pues curiosamente la gente que en teoría no sabe de arte siempre se suele parar en las obras buenas. Es la capacidad mágica del arte de atraerte al margen de tu nivel cultural. Ahí están las estrategias de los museos para conseguir no ser devorados por sus piezas estrella.

El Prado tuvo casi tres millones de visitantes en su sede central en el 2018. ¿Mucho, poco?

Tiene capacidad de admitir más gente porque desde la primera hasta la última obra son extraordinarias. Y aunque es verdad que mucha gente va a ver Las Meninas no se produce el efecto embotellamiento de Mona Lisa. Por qué? Porque todo es una maravilla.

¿Está, pues, desaprovechado?

Tiene la capacidad de atraer a más visitantes. A mí más de dos horas en un museo me parece muy cansado. Es una experiencia intensa física y emocionalmente. Turismo al margen, lo que hay que decirle a la gente es que se puede ir a un museo como El Prado mil veces y no se acabará nunca.

Esta visita sistemática que propone es más difícil por su situación en el MNAC, museo que no llegó a las 900.000 visitas el año pasado. ¿Tiene un problema el MNAC?

No lo conozco lo suficiente para decir si está mal, regular o bien. El alejamiento de la ciudad hasta puede ser un aliciente por las vistas que tienes de Barelona. No quiero meterme en líos pero creo que quizá es un tema físico, de distribución, porque tienes ese espacio central maravilloso pero que a la vez que ordena no termina de ordenar. A mí de un museo lo que me interesa es si me acoge, si me facilita el acceso a la colección y a los servicios que ofrece, no si la cafetería es más bonita o más fea.

¿Qué ha pasado y qué pasará en la SGAE?

Ha pasado que una parte de los socios, una parte de las materias que gestiona la SGAE, se ha apropiado de toda la organización y eso ha creado una división interna y unas malas prácticas. Qué queremos que pase? Primero, que esas malas prácticas desaparezcan, y segundo, que se recompongan las relaciones. Porque las divisiones en sociedades de este tipo van en detrimento de todos. Una imagen como la que está dando la SGAE no beneficia a nadie; la situación puede beneficiar económicamente a algunos, pero como imagen de autores, creadores, intérpretes etcétera es mala para todos. Me gustaría que se pusieran al corriente de la ley y que hubiera una solución razonable. Me habría encantado que la SGAE le hubiera ahorrado al ministerio la petición de intervención al juez pero no ha habido manera.

¿Hay plazos?

No, pero el juzgado está actuando rápido. El martes o el miércoles se cumple el plazo de diez días que dio a la SGAE para recurrir.

Paralelamente, el Congreso ha limitado al 20% el dinero que las editoriales pueden recuperar de la música de madrugada en televisión, la famosa rueda.

Como máximo. Las entidades internacionales de gestión de derechos recomendaban un máximo del 15%. Lo que pasa es que con buen criterio los partidos políticos de la Comisión de Cultura del Congreso decidieron ir por consenso. Hubo muchísimas presiones para que no se limitara esto y en un momento determinado el Partido Popular panteó subirlo un poco y los demás aceptaron el 20%.

¿Esta limitación va a dejar a los insomnes sin música en la tele porque ya no será rentable?

Por lo menos la limitará a cotas más razonales. Porque quien intente argumentar o vender que la franja horaria de dos de la madrugada a seis de la madrugada, que es la que menos audiencia tiene, se lleve el 70% de ese tipo de remuneración, no es razonable. Y por otra parte, si el argumento es que esto favorece la música española... pues si tanto interés hay en la música española, por qué no la ponen en horarios razonables?

Y de paso se abre el abanico artistas.

No voy a decir nombres, pero cuando se renovó la junta de la SGAE con José Ángel Hevia una noche de insomnio me puse delante del televisor y estaba el mismo artista en dos cadenas al mismo tiempo. Y era un artista de la junta directiva.

Hay dos ejemplos palmarios de que el artista quizá nazca pero sin duda se hace, J. A. Bayona y Rosalía, ambos formados en escuelas de difícil acceso y caras. ¿Una política cultural seria no debería poner mucho más el foco en la formación y el apoyo a los creadores?

Sin duda. La educación artística o creativa es cara y más a partir de cierto nivel, por ello habría que implementar becas y ayudas para quien no pueda pagarla. No debería ser una formación elitista.

Estos dos nombres han asestado un golpe definitivo al mito de que el arte se lleva en el ADN.

Lo sabemos por el flamenco. Se forman ellos solos o se forman en grupo, pero un buen artista flamenco, por muchos recursos naturales que tenga, para llegar a ser un grande son muchos años de aprender. Alguien puede cantar flamenco bien con 20 años pero seguro que a los 40 va a cantar muchísimo mejor. Soy muy aficionado a Maria del Mar Bonet, voz bonita y potente desde que empieza, pero los discos excelsos son cuando tiene 40 años. El arte es invertir.

¿Tiene claro por qué Lluís Pasqual presentó su dimisión como director del Teatre Lliure?

Clarísimo. Hay entornos hostiles para ciertas personas. Y además si un director dirige Fedra quiere a Fedra en el escenario y no a Doña Rosita la soltera.