Otra Noche Blanca intensa y esperada, formidable pretexto para inundar calles y plazas hasta llegar, con riesgo de estrujamiento, a algunos de los tradicionales escenarios que vienen acogiendo a los artistas, con mayor o menor fortuna, de saborear su arte como exige el hecho flamenco. Ya vienen siendo habituales nuestros limitados desplazamientos, que siempre tienen su punto de partida en la plaza de las Tendillas, lugar reservado para figuras consagradas de este arte nuestro.

Este privilegio recayó en Argentina, la gran cantaora onubense que venía representando a su ciudad natal. Y bien que dignificó su procedencia ofreciendo un concierto memorable que hizo estallar a la abigarrada plaza, llena dos horas antes del comienzo de una actuación que fascinó a entendidos y profanos, rendidos a los registros de su inagotable garganta, que la señala como una de las más importantes voces femeninas de hoy.

Abrió con las bulerías que Lole y Manuel dedicaron a nuestro Río a su paso por Córdoba. Un guiño inteligente a modo de salutación que ya nos señaló el dulce momento que atraviesa. Cantó de todo y bien en todo su largo recital, planteado desde un claro predominio rítmico que extendió hasta en la culminación de los cantes de trilla, tonás y martinetes, que remató por bulerías. El garrotín, palo infrecuente en la oferta flamenca, tuvo su protagonismo, enlazándolo de forma natural con la exuberancia rítmica de los tangos del Piyayo, Triana y el Titi. Y ya como buscando una breve relajación, acometió la malagueña de Don Antonio Chacón, que remató con los fandangos de Lucena y las Jaberas, ya estas al ritmo desenfrenado de las pandas de verdiales.

Todo un compendio de conocimientos demostrado en los cantes llamados serios, como la soleá y la seguiriya, con pinceladas por bulerías acordándose de cantaoras de la talla de la Paquera de Jerez y de Bernarda de Utrera, así como la poesía de las letras del desaparecido Manuel Molina, y todo ello exhibiendo un poderío y una entrega que temíamos un roce en su fresca garganta, que lo mismo acometía milongas y alegrías que fandangos de Huelva, ya como cierre de su inolvidable actuación, guarnecida por su grupo homogéneo y brillante tanto en las guitarras como en el resto de acompañantes, todos conjurados para ofrecer las mejores credenciales de esta artista onubense, que dejó satisfecho a todo el mundo.

OTROS ESCENARIOS

Y prosiguiendo este delirante itinerario, nos dirigimos al Patio de los Naranjos a ver a nuestro concertista de guitarra José Antonio Rodríguez. El privilegiado recinto se llenó, pero sin los agobios de otras ediciones, y desde nuestra cómoda atalaya pudimos contemplar la imparable ascensión de este gran músico, cuya creatividad, limpieza, ejecución y puesta escénica lo posicionan como uno de los grandes guitarristas del siglo XXI.

Abundó en sus nuevas creaciones y en algunas piezas de su repertorio tradicional. La Nana, la Farruca del Desconsuelo, los boleros, la Danza del Amanecer, las bulerías y la soleá hasta la popular canción Francisco Alegre y la Rumba estructuraron este extraordinario concierto culminado por un insólito y armonioso solo de guitarra a cuatro manos, que nos sorprendió a todos por su inusual puesta escénica.

Y llegar a la Plaza del Potro supuso un intento fallido de ver a Juan Valderrama. Aquel espacio era imposible de atravesar con la intención de valorar sus cantes y canciones. Las riadas de gente de las calles aledañas nos condujeron a otros escenarios a los que también era imposible acceder. Pero en fin, esta es la filosofía de la Noche Blanca, estar en un par de sitios solamente a tiempo completo. El resto, inadvertido por aquello del imposible don de la ubicuidad.