Icíar Bollaín regresa al espíritu que caracterizó su cine al principio de su carrera con 'La boda de Rosa', la película que se ha encargado de inaugurar este viernes la 23 edición del Festival de Málaga y que se estrena también en salas de toda España. En ella se reencuentra con la guionista Alicia Luna, con la que firmó 'Te doy mis ojos' y con Candela Peña, a quien descubrió en 'Hola, ¿estás sola?', para componer un drama luminoso contado desde la perspectiva de una mujer que, cansada de vivir supeditada a los deseos de los demás, decide comprometerse y casarse consigo misma para amarse y respetarse todos los días de su vida.

¿De dónde surge el deseo de hacer esta película?

Quería hacer algo más pequeño y personal, que me tocara de forma más directa después de haber dirigido algunos encargos más aparatosos. Un día leí un artículo en The Guardian que se llamaba 'Todo menos el novio', que contaba que había una empresa en Japón que organizaba bodas con uno mismo. Me llamó mucho la atención esta historia y Alicia Luna y yo seguimos investigando y descubrimos que era algo que existía y que no era solo una cuestión estética de hacerse fotos y ya está. Se trataba de hacer un compromiso real con uno mismo para escucharse y quererse, que es algo que no resulta tan fácil como debería.

¿Por qué cree que pasa eso?

Nos encontramos sumergidos en la cultura del gustar. Pero si no te gustas tú, qué más da que tengas 300 mil 'likes' en Instagram. Estamos insertos en unos parámetros distorsionados, mirándonos continuamente a través de los ojos de los demás. Aceptarte como eres es una cosa muy básica que no se enseña, tenemos que aprenderlo nosotros. Si lo aprendiéramos desde niños, estaríamos todos mucho más tranquilos cuando llegamos a la madurez.

La película también habla sobre la incomunicación a través de una familia que no se escucha de verdad.

A parte de no escucharnos a nosotros mismos, no se escucha nadie entre sí. Es un fenómeno global, pero también ocurre en los círculos más íntimos, y al final no sabemos en realidad nada de aquellos que nos rodean. Y luego está esa necesidad constante de ir deprisa, por delante o más allá de donde nos encontramos.

¿Es el propio ritmo que impone la sociedad el que nos obliga a no escuchar lo que de verdad queremos?

Vivimos con una presión constante, "de hacer" y "de llegar a". Creo que es parte de la sociedad de consumo, hacer cosas, producir y definirnos constantemente por lo que generamos. Y eso resulta agotador. Nos hemos metido todos en una carrera un poco estresante.

¿Cómo ha sido el reencuentro con Candela Peña?

Tenía mucha ilusión. A las dos nos han pasado muchas cosas en estos 17 años. Me da pena porque la película la rodamos muy rápido y yo arrastraba una neumonía y no pude disfrutar la experiencia como me hubiera gustado. Pero hay sido estupendo reencontrarme con Candela, porque es una apasionada de su trabajo, se deja la piel y ha hecho un personaje precioso.

Usted perteneció a una generación de mujeres cineastas que abrió las puertas a las que han ido llegando después, ¿qué le parece la explosión de óperas primas dirigidas por mujeres en los últimos años?

Las veo todas, me encanta la sensibilidad que tienen y cómo cuentan las cosas a través de su experiencia. Ejercí un poco de madrina de Lucía Alemany en 'La inocencia' y creo que hizo un trabajo único. Ya iba siendo hora de que hubiera verdadera diversidad en el cine español.

¿Le interesa la ficción televisiva?

Precisamente he estado trabajando con Alicia Luna en un proyecto durante la pandemia. Es un código totalmente diferente, pero creo que también más libre a la hora de experimentar. Al fin y al cabo, lo importante es seguir contando historias.