Interesante producción paraguaya, dirigida por Marcelo Martinessi, con la que debuta en el largometraje de ficción, consiguiendo en la pasada Berlinale el premio especial del jurado, así como también a la mejor actriz (magnífica Ana Brun en la primera actuación de su filmografía). Pieza de cámara donde se permite al espectador penetrar en lo más íntimo de un hogar en plena decadencia, donde una pareja de mujeres asiste a la liturgia de deshacer una casa por falta de recursos económicos, donde también el amor ha venido a menos con el paso del tiempo, donde convivir ya no es ilusionante, sino depresión, y falta de interés por la vida.

Y mientras venden los enseres a visitantes que pasan por allí, un incidente (la entrada en prisión de uno de los personajes) desencadenará un cambio en la vida de la protagonista, hasta ahora encerrada en sus rutinas diarias (la pintura, por ejemplo) sin salir de casa para nada. Deberá usar el automóvil -que también se vende- como taxi eventual ante la petición de una vecina mayor que requiere sus servicios, empujándola, debido a las estrecheces económicas por las que pasa, a probar con estos menesteres, aceptando dejarse llevar por la vida y el destino, que le pone delante de sus narices a otra pasajera que despertará cierto sentimiento desde hace tiempo adormecido.

Mientras la pareja de la protagonista queda completamente fuera de campo, entrará en escena el tercer lado del triángulo que compondrá el asunto de interés en este relato. De apariencia sencilla, este filme nos introduce en un claustrofóbico mundo que poco a poco se abre y permite respirar, con una resolución de lo más inteligente y que deja para el espectador la reflexión final. La forma de manejar los silencios, las elipsis y la sobriedad a la hora de planificar cada escena, junto a algún que otro detalle de calidad, hace pensar en la experiencia de este realizador, que provine del documental.