Obra: ‘La isla’

Autor: Juan Carlos Rubio

Intérpretes: Gema Matarranz y Marta Megías.

Dirección: Juan Carlos Rubio

Lugar: Teatro Góngora.

El escenario, aparentemente desnudo, aguarda el inicio de la representación de La isla. La escenografía está diseñada para que nada interfiera en la puesta en escena, a la vez que esta carencia de bambalinas y bastidores, con los reflectores a la vista del público, muestra la aridez de esta isla. Una mesa, asientos aquí y allá son suficientes para conseguir el perfecto juego escénico. Dice Ada: «No hay tierra donde poner los pies, solo agua».

Al comenzar la función, el autor dirigió unas palabras al público, aquí en su tierra, para comentar que La isla se apoya en una cita de Séneca: «No os espante el dolor. O tendrá fin o acabará con vosotros».

Gema Matarranz y Marta Megías se enfrentan a un espectáculo duro y crudo. El texto de Juan Carlos Rubio es profundo, arrancado desde el fondo del alma, valiente y preciso por el tema sobre el que pocas veces se habla, convertido casi en tabú: desear en algún momento la muerte de alguien cercano y querido para poder escapar a la realidad y al dolor. Matarranz y Megías bordan los papeles de Ada y Laura con una gran interpretación, a veces desgarrada, llena de fuerza, ritmo y profundidad, dejando siempre que afloren los sentimientos junto a las bellas palabras que aporta el texto. Perfecta la ocupación de los espacios para presentar las diferentes facetas del dolor de ambas mujeres, Junto al tema central del hijo, muestran las aristas de cada una en relación con la familia, la sexualidad, su fe en dios, su propio e incluso de su relación con la muerte. Esa lucha de gran calado expresa que cada una es una isla. Magnífico trabajo actoral de cuerpo y voz de las actrices y magnífica dirección de Juan Carlos Rubio que no deja cabo sin atar, añadiendo el lujo de gestos distintos para cada papel en una obra que explora la fina línea que separa lo que sentimos de lo que podemos reconocer que sentimos frente a nosotros y a los demás. Reconocerlo puede llevar a un rincón demasiado oscuro y solitario, ese oscuro rincón llamado conciencia.