«No me he tomado nunca en serio». Con esta escueta frase hace el pintor y poeta Ginés Liébana balance de sus cien años de vida, que, por otra parte, podría ser el argumento de una novela que recorrería nada menos que un siglo de historia en la que Córdoba tendría un papel protagonista, porque, aunque el creador nació un día como hoy hace un siglo en Torredonjimeno (Jaén), siempre se ha sentido más ligado a esta tierra de poetas que a la suya propia: «Córdoba no se extraña nunca del invasor, nunca es un forastero, y esto la hace muy interesante para la vida», dice el creador, cuya carrera artística y humanística siempre ligada a esta tierra lo han convertido en un importante embajador de la ciudad en todo el mundo, donde son archiconocidos sus ángeles, arcángeles y sanrafaeles.

«Cumplir cien años es una barbaridad, pero sigo trabajando mucho», decía ayer a este periódico con un increíble ímpetu este artista lleno de aristas y vertientes creativas que asegura, con sus habituales y contagiosas carcajadas, que «debo esa energía a que he estado mucho tiempo en la clandestinidad». Aunque sus manos no responden ya con la misma fuerza que su mente, ha conseguido plasmar ahora su creatividad a través de nuevos métodos que sus dedos le permiten llevar a cabo, como el collage, la vertiente en la que ahora vuelca su genialidad.

La guerra de la juventud

Ser feliz, divertirse, vivir todo lo vivible y reírse hasta de su propia sombra ha sido una filosofía que ha acompañado a Liébana toda su vida desde que, siendo apenas un niño, se enfrentó a los desastres de una guerra que acabó con la vida de su padre y su hermano. Este fue el principio de un periplo vital «que es el mejor tiempo que se puede vivir» porque, pese a los desastres bélicos, también «era la guerra de la juventud», señala el pintor y poeta.

«Yo estaba entrando en la vida, y cuando me marché a Francia en el año 50 lo hice como un exiliado alegre, me interesaba lo que estaba pasando en la vida», continúa rememorando este artista que, junto a Pablo García Baena -que también cumpliría cien años en el 2021-, Ricardo Molina, Julio Aumente, Juan Bernier, Mario López y el pintor Miguel del Moral dieron origen a Cántico, el grupo poético más influyente en la segunda mitad del siglo XX en España, cuyos versos Liébana interpretó plásticamente con sensual imaginación.

Una generación a la que, aparte de su factura cien por cien cordobesa, se le reconoce el esfuerzo de haber servido de puente, en una de las épocas más grises de nuestra historia, con las corrientes internacionales del momento, así como con la Generación del 27, edificando unas propuestas que desbordaron los cauces del oficialismo imperante.

Al cabo de medio siglo, y siendo el último superviviente de este grupo, Liébana recuerda, principalmente, a Juan Bernier. «Era lo mejor de Cántico, como poeta está a la altura de los más grandes», dice el artista, que asegura que «si levantara la cabeza y viera lo que ha hecho, se quedaría deslumbrado», continúa el artista, que, vuelve a la risa cuando asegura que «yo siempre he dicho esto de Juan, pero nunca me han hecho caso».

Su aventura vital ha pasado por ciudades como París y Río de Janeiro, entre otras muchas, y poco a poco fue adentrándose en un estilo único en el que lo poético, lo imaginario, lo onírico, lo grotesco, lo bello y lo terrible se alían con el humor, la picardía y el ingenio. «He tenido una vida muy interesante», dice Liébana, que insiste, a sus cien años, en que «hay que ver y conocer el mundo y tener amplitud de miras».

Y así sigue, aunque la pandemia ha impedido que el creador haya podido rodearse de personas que le enriquecen y que le quieren y admiran por su integridad y unos valores éticos que no se han movido ni un ápice a lo largo del último siglo. «Las visitas se han reducido mucho desde que comenzó la crisis sanitaria», señala Mateo Liébena, su hijo, que lamenta que todos estos amigos no conozcan la última obra que llena el estudio del artista, pero que espera dar a conocer próximamente en nuevas exposiciones.