E n estos duros días de confinamiento, pocas experiencias resultan tan reconfortantes como reencontrarse con la filmografía de Hayao Miyazaki y las películas que forman parte del legendario estudio japonés de animación Ghibli.

Hasta el momento no resultaba demasiado fácil acceder de forma legal a muchos de estos títulos. La compañía se había negado a ceder sus derechos online y solo estaban disponibles algunos de ellos en streaming o en formato doméstico, hasta que Netflix ha terminado adquiriendo sus derechos de distribución para aglutinar uno de los catálogos más completos y esperados de la historia del cine de animación. Poco a poco se han ido incorporando películas en tandas de siete, entre las que se encuentran Mi vecino Totoro (1988) o El viaje de Chihiro (2001). Esta semana se ha completado la operación con otras siete delicatessen: la indescriptible y libérrima Pompoko (1994), de Isao Takahata, Susurros del corazón (1995), de Yoshikumi Kondô, la inédita La colina de las amapolas (2011), de Goro Miyazaki, El recuerdo de Marnie (2014), de Hiromasa Yonebayashi, con la que el estudio cerró su actividad, la barroca El castillo ambulante (2004), Ponyo en el acantilado (2008) y la personalísima El viento se levanta (2013), del propio Miyazaki.

REVELACIÓN EMOCIONAL / Recuperar todas estas películas cuando se es adulto (o descubrirlas) supone toda una revelación a nivel tanto emocional como estético. Miyazaki supo captar de manera esencial muchas de las tensiones a las que se enfrenta el hombre moderno entre los avances tecnológicos y la necesidad de preservar la naturaleza y las tradiciones sobre las que hemos sustentado nuestro acervo cultural. Nos ha enseñado a indagar más allá de la realidad opresiva sobre la que hemos construido nuestras vidas, a respirar hondo y mirar hacia otros horizontes que nos hagan más libres. Sus heroínas nos han demostrado lo que supone luchar por aquello que se cree, a rebelarse contra un sistema que rechaza la singularidad como valor dentro del magma de opinión homogéneo.

Muchas obras del estudio Ghibli también han sido diseñadas específicamente para el espectro adolescente. Coming-of-age totalmente diferentes al canon establecido en las que se valora el descubrimiento de la propia identidad por encima de las imposiciones, como ocurre en Susurros del corazón o La colina de las amapolas. Son películas en las que se valora la necesidad de ser responsables e independientes, de tener ideas propias, de seguir tus sueños y luchar por ellos. Sin embargo, la intención didáctica y pedagógica de Miyakazi se encuentra radicalmente enfrentada a la de Walt Disney, donde la belleza, el capitalismo, el orgullo patriótico y la oda a pertenecer a la sociedad por encima de la diferencia marcan sus estereotipos.

Quizás, la experiencia más emocionante sea acercarnos a Miyakazi a través de los ojos de los más pequeños. Dos son las películas específicamente diseñadas para introducirlos en el mundo de la fantasía, Ponyo en el acantilado y, sobre todo, Mi vecino Totoro. Gracias a ella, los niños se mimetizan con la protagonista Mei y su descubrimiento de un universo lleno de criaturas que viven en armonía con los humanos, los duendecillos del polvo, los Totoros, el Gatobús... una manera mágica de enseñar que la realidad tiene los límites que queramos poner a través de nuestra imaginación.