Confieso que soy fan de la serie Babylon Berlin, así que no me suena raro que Bryan Ferry esté presente con su Big Band en la banda sonora. La luz clandestina, decadente y opresiva de la capital alemana de entreguerras encaja a la perfección con la personalidad del músico británico, perfecto representante de aquello que en los 70 se llamó el Brit Art Pop y que acabó siendo una explosión creativa de muy largo alcance -ahí está parte esencial de la herencia de David Bowie- gracias entre otros a nuestro protagonista. Todo esto a cuento de su paso por el Festival de la Guitarra de Córdoba, una presencia atípica -más allá de otras tantas como en otros años- con su tour europeo y un recital de extremada profesionalidad.

De entrada, un apunte sobre Nat Simmons, la telonera. Hay que seguirle la pista. Hace música muy buena. Toca bien, canta bien y compone mejor. Arriesga con géneros canónicos de la música norteamericana y sale ganadora. Como esto no es habitual en la escena española, merece reconocimiento. El mío lo tiene.

Y después, Bryan.

Para quién sea amante de Roxy Music y también fan del cantante, el concierto fue extraordinario. Para quién solo conozca a Ferry por sus hits seductores y cadencia elegante, hubo pasajes que sobraron, precisamente los más oscuros, esos que lo hermanan con la fascinación berlinesa de Bowie y Lou Reed en su registro particular, por supuesto. Y para quién fuese a ver a Bryan sin tener mucha idea, solo por el tramo final le hubiera merecido la pena porque fue un derrape fiestero -y ahí despejó la parte distante y fría de su british charm- desde More than this hasta Jealous Guy -versión de la canción de Lennon que hizo famosa un anuncio de telefonía- pasando por Avalon, Love is the drug, Virginia Plain y Let’s stick togheter.

Antes, ya había interpretado viejo material de Roxy como Out of the blue y Oh Yeah, cosas propias como Windswept y Bete noire y la versión que nunca falta de Where or when. En alguno de esos momentos, pareció interpretar su cameo en Babylon Berlin con sonrisa lejana y prisa aparente por irse, no habló nada, ni un hello u hola, hasta casi mitad de concierto. Pero hay que entenderlo. Bryan nunca ha sido la alegría de la huerta. Es lo que tiene la clásica elegancia inglesa.