Hace 175 años, Córdoba, con sus 40.000 habitantes y encerrada entre su cinturón de murallas medievales, era más un pueblo grande que una ciudad. Sin embargo, esta ciudad atrasada en lo económico, dependiente de una agricultura arcaica, y en lo cultural, con una población mayoritariamente analfabeta, recibía en 1844 uno de los mayores adelantos tecnológicos del siglo XIX y la revolución cultural más importante del mundo contemporáneo: la fotografía.

Ese año, el daguerrotipista cordobés J. Albors realiza, cinco años después de la presentación del daguerrotipo en París por su inventor Jacques Mandé Daguerre, la que conocemos como la fotografía más antigua de Córdoba: la famosa vista de la Mezquita premiada en el concurso de arte que tuvo lugar en 1844. Por desgracia, esta imagen no ha llegado a nuestros días y solo la conocemos por un anuncio que el fotógrafo publica 10 años después, en 1854, en el por entonces decano de la prensa cordobesa, Diario de Córdoba, en un inserto publicitario, que de nuevo también hemos perdido.

Esta fecha es realmente temprana, ya que en 1844 solo un puñado de ciudades de todo el mundo contaban con un fotógrafo. Las sociedades urbanas decimonónicas habían acogido la fotografía con entusiasmo y la reconocen inmediatamente como un potente medio de comunicación porque utiliza el lenguaje más universal del planeta: la imagen. La fotografía nace como una herramienta tecnológica y, aunque durante décadas requiere de importantes conocimientos de óptica y química, es un proceso más rápido, asequible y accesible para la sociedad que la pintura, el dibujo o el grabado.

FACETA CREATIVA

No obstante, y aunque el nuevo invento bebe de las fuentes visuales de las artes plásticas, la fotografía crea sus propios códigos lingüísticos y en muy poco tiempo reclama su faceta creativa y sus facultades artísticas. Estas cualidades, unidas a su capacidad de representación fiel de la realidad, la ponen inmediatamente al servicio de las más diversas disciplinas del saber humano, como la arquitectura, la astronomía, la arqueología, la historia, la medicina, la pintura o el urbanismo. Su poder es tal que, en menos de un siglo y junto a sus hijos el cine y la televisión, ha transformado en todo este tiempo el horizonte del conocimiento del ser humano.

Pero Córdoba, en 1844, no solo tenía un fotógrafo, sino que además recibía la frecuente visita de daguerrotipistas ambulantes, entre ellos una de las primeras fotógrafas de la historia, Madama Fritz. Ésta ofrecía a los cordobeses en el mes de abril realizarse un retrato fotográfico con su novedosa técnica a la sombra que tan «solo» requería de una exposición de entre 7 y 15 segundos. Además, uno de estos retratos costaban el astronómico precio de 60 reales en un año en el que el sueldo medio de un obrero o un campesino oscilaba entre el real y medio y los dos reales.

¿Se imaginan que hoy, al hacernos un selfie, tuviéramos que estar 10 segundos sin movernos para que la foto no saliera movida y que, además, nos costara el sueldo de un mes? Hoy, la fotografía, como la sociedad, ha evolucionado y la imagen fotográfica nos rodea y nos acompaña como fiel compañera a lo largo de nuestras vidas, pues hace muchas décadas que dejó de ser un lujo solo al alcance de las élites económicas de la sociedad.

Este aniversario, que ya ha comenzado a celebrarse con la exposición y el libro El Laberinto de Columnas, va a ser recordado en la ciudad durante el año 2019 con importantes iniciativas como la del Archivo Municipal de Córdoba, que próximamente mostrará algunos de sus fondos fotográficos más importantes, o la de la Bienal de Fotografía, que le va a dedicar a la efeméride una sección de su programa con conferencias, proyecciones y otra serie de eventos que nos recordarán cómo la imagen fotográfica se incorporó a la vida de los cordobeses hace 175 años.