Qué encontraremos de flamenco cuando esta pesadilla termine? Es una pregunta que flota en el ambiente desde que el maldito coronavirus secuestró sin piedad nuestras vidas, postrándonos en el desencanto y en la incertidumbre que nos depara esta cruel situación.

Cuántas heridas abiertas en la acrisolada sensibilidad de todos los que forman parte de esta gran familia que tiene en el flamenco su luz y su soporte artístico y económico. Y es esto último lo que con más crudeza ha calado, por aquello de que «la olla tiene que hervir todos los días», o sea que «los «lamencos también comen» y ahora mucho más que en aquellos duros tiempos en que la frase se hizo famosa, cuando la dádiva señoritil y acompañada de la coba barata al pagador de la fiesta solo servía para llenar el puchero de un día y mañana «Dios proveerá».

Esa precariedad había ido dando paso a la dignificación del artista, que comenzó en escenarios de todo tipo a crearse un nombre y a no tener que depender del gesto generoso del señorito de turno. Duros tiempos aquellos para los que vivían de este arte, exceptuando a los ocho o nueve de sus respectivas especialidades, que se posicionaron en el primer nivel, como también ocurre ahora, y que están tan afectados como el más modesto de sus compañeros y compañeras ante esta trágica situación que nos ha pillado a todos por sorpresa.

De sobra es conocido el reconocimiento mundial del que goza nuestro arte, que no se queda en el mero reconocimiento de ser patrimonio inmaterial de la humanidad, pues mucho antes artistas de la talla de Carmen Amaya; Caracol; Sabicas; Camarón; Fosforito; Paco de Lucía; Encarnación López; La Argentinita; Antonio el Bailarín; Antonio Gades y Blanca del Rey, entre otros, lo enaltecieron hasta situarlo en la cima de las grandes músicas del mundo.

Córdoba, referente ineludible cuando se habla del arte flamenco, está sufriendo en sus carnes la cruel precariedad de esta aciaga situación. Sabido es, y esto no lo podemos calificar como reproche, que la idiosincrasia de la gran mayoría de artistas es ese vivir al día que subsiste por los ingresos diarios (y, a veces, ínfimos) de los contratos en peñas, tablaos, teatros, etcétera. Ahora todo se ha ido al traste, pero la «olla tiene que hervir todos los días» y multitud de ejemplos en Córdoba y provincia de los que tenemos conocimiento más cercano así lo corroboran, cuando nos cuentan terribles experiencias jamás vividas, consecuencia de esta nefasta situación que estamos sufriendo.

Gente joven con obligaciones familiares, cuya economía se sustenta, exclusivamente, en sus actuaciones, sobre todo, desde mayo hasta septiembre, ha visto cercenados de raíz sus proyectos. Se comprende que la cultura abarca otras muchas disciplinas y todas necesitan ayuda para su subsistencia. España es un foco cultural sin parangón en el mundo y el flamenco es uno de sus principales ejes dinamizadores. Por ello, y aunque la situación es verdaderamente dramática, el apoyo a este arte nuestro es absolutamente necesario.

Córdoba vive del turismo y, después de muchas décadas, también se ha convertido en la capital del flamenco, con las ventajas que esto comporta. Tiene el Concurso Nacional de Córdoba; los conservatorios; el Festival de los Patios; la Cátedra de Flamencología de la Universidad de Córdoba; el Centro Flamenco Fosforito en la Posada del Potro y las peñas flamencas, además del Festival de la Guitarra, buque insignia de la oferta programática de nuestra ciudad, que este 40 aniversario iba a vestirse de gala para homenajear a su fundador, Paco Peña, y que se celebrará cuando la ocasión lo permita.

Todo ello compendia un cúmulo admirativo de todos los que nos visitan, potenciando con su presencia nuestra marca, que divulgan por todo el mundo. Por ello, es de una prioridad absoluta la puesta en marcha de ayudas económicas que ayuden a paliar las necesidades de la gran familia del flamenco y seguir siendo una referencia ineludible de este arte, pero, muy especialmente, para que la supervivencia de todo el que vive de él esté asegurada y así compensar los sacrificios de horas y horas de estudios, y ensayos, para que la excelencia y el buen hacer de estos valores no naveguen en la incertidumbre de un horizonte sin esperanzas. Para esto es necesario, entre otras necesidades inaplazables, la creación de un tejido asociativo sólido y coherente, que defienda sus intereses para no seguir en el furgón de cola de la oferta cultural de nuestro país.