Ha muerto Pedro Roso. Si usted ha presumido alguna vez de que el casco histórico de Córdoba es Patrimonio de la Humanidad debería saber quién fue Pedro Roso. Si usted ha leído poesía contemporánea cordobesa, si ha leído a autores como Pablo García Casado, Eduardo García, Antonio Luis Ginés, Federico Abad, Javier Fernández, Salvador Gutiérrez Solís, Vicente Luis Mora, pero también a José Luis Amaro, Manuel Lara Cantizzani, Ana Belén Ramos e incluso Joaquín Pérez Azaustre, José Luis Rey o Juan Antonio Bernier, Carlos Pardo, o Rafael Antúnez, Rafael Espejo, Juan Carlos Reche, Carmen Vadillo, Raúl Alonso, y a los entonces más jóvenes José Daniel García, Antonio Agredano, Nacho Montoto, Luis Amaro, Elena Medel, Alejandra Vanessa, María González, Mertxe Manso, Luis Gámez, Sara Toro… Si los ha leído, ha de saber que algo en ellos había de Pedro Roso.

Roso (Córdoba, 1953) fue director de Cultura y Educación del Ayuntamiento de Córdoba entre 1989 y 1995. De su gestión siempre será recordada el Aula de Poesía de la Posada del Potro. Los jóvenes poetas, convocados por el profesor Roso se daban cita en la Posada del Potro para escuchar a los grandes poetas del país. Por aquí pasaron, como recuerda Eduardo Chivite en el libro Terreno Fértil, Un ámbito poético (Córdoba, 1994-2009) editado por Cangrejo Pistolero, autores de la talla de María Victoria Atencia, José Manuel Caballero Bonald, Luis Alberto de Cuenca, Javier Egea, Luis García Montero, Ángel González, Félix Grande, José Hierro o José Ángel Valente, entre otros. No solo venían a recitar o a impartir una clase magistral sino a hablar con los poetas jóvenes, a escucharlos y compartir con ellos la vida, al menos momentáneamente. Aquello provocó la extensión de una red de vínculos y afectos que, a día de hoy, sigue dando sus frutos.

El pasado domingo, 4 de octubre, murió Juan SerranoJuan Serrano, otro pilar básico de la cultura de Córdoba. Serrano abogaba porque la administración generara estructuras locales de creación. El mejor ejemplo de eso es el Aula de Poesía de la Posada del Potro. Cómo gracias al impulso personal de técnicos políticos como Roso y otros más, se supo canalizar el talento cordobés para acompañarlo, no ponerle límites y actuar como abono para su crecimiento. La cultura, entonces, era pensada para la cultura y no para las pernoctaciones. La cultura, en la Posada del Potro primero, en la Universidad de Córdoba después y en los bares (especialmente los de la calle Alfaros en los que se consolidó una especie de movida poética nocturna cordobesa), sembró una semilla hace treinta años y ahora los frutos los leemos en la obra de estos autores o asistiendo a un festival llamado Cosmopoética, que es una referencia en todo el país.

Roso fue mucho más que el impulso de la Posada del Potro. Como técnico municipal, uno de sus grandes trabajos fue el de elaborar el informe que haría que el entorno de la Mezquita-Catedral de Córdoba fuera declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en diciembre de 1994. Aquel expediente hubo de elaborarlo en 21 días, a contrarreloj, y con un equipo en el que la voluntad pesaba más que los medios: los profesores de la Universidad Pedro Ruiz y Ángel Estévez, Rafael Ruiz, bibliotecario municipal, el mencionado Juan Serrano, entonces arquitecto municipal, los arquitectos de la Mezquita, Gabriel Rebollo y Gabriel Ruz Cabrero y el geógrafo de la Gerencia Municipal de Urbanismo, Francisco García Verdugo. La declaración se logró y la ciudad vive mayoritariamente de eso a día de hoy.

Ensayista, crítico literario, poeta, autor de estudios de literatura contemporánea, “pensador audaz e inquisitivo”, como lo denominó José Luis Rey, era el maestro de toda una generación, pero también se mostraba presto a escuchar al otro y ofrecer un consejo si se le requería. Siempre activo, mantuvo su colaboración con múltiples proyectos en la ciudad, siempre que detrás de ellos hubiera un interés por el conocimiento y la Cultura. Él mismo abría nuevas investigaciones o ponía en marcha iniciativas que como si fuera miembro de una guerrilla cultural, hacía que calaran en aquellos con quien los compartía a modo de almanaques, recopilación de poemas o simplemente como regalos. De los últimos que hizo fue comprar junto a Rosario, su esposa, 125 libros que repartió entre 125 amigos. Para los que los recibimos, el regalo no era el libro sino la generosidad de este gesto. Su familia despedirá a Roso en un acto íntimo y familiar por las limitaciones establecidas por el covid-19.

En su libro, Figuraciones y Sospechas (editado por La Isla de Siltolá), dedicado a su hija María, compañera de este periódico, Roso dejó escritas muchas cosas, como el poeta que va de la certeza a la duda y escribió: “NO es demasiado, ¿verdad? Reclamar un sentido a esta historia… Parece que la tuvo, Pedro.