La fotografía, como afirmaba el gran semiólogo francés Roland Barthes, es el testimonio de lo que ha sido y ya no volverá a ser, conservado para la eternidad dentro una hoja de papel. Ayer nos dejó Francisco Linares García, decano de los fotógrafos cordobeses y una excepcional persona. Muchos cordobeses recuerdan a Paco, así lo llamábamos todos, en alguno de sus comercios fotográficos aconsejándo sobre qué cámara adquirir o cómo mejorar sus fotografías.

Francisco siempre tenía tiempo para compartir su maestría fotográfica, tanto con los más jóvenes como con los veteranos profesionales cordobeses. Además, el apellido Linares es uno de los más insignes de la fotografía cordobesa, una saga que se remonta al tío abuelo de Paco, Antonio Linares Arcos, retratista del Puente Genil de finales del siglo XIX. Además, durante casi medio siglo, su padre, Antonio Linares García, fue uno de los más importantes retratistas de la ciudad en la Galería de las Columnas de la calle Concepción, donde su madre, María García Felipe, coloreaba los retratos de los personajes más famosos de la Córdoba de la época.

Unos genes que marcaron a Francisco Linares y que le llevaron a abandonar su carrera para dedicarse de lleno a su pasión por la fotografía. Una pasión que practicó más allá de la vertiente comercial junto al gran Pepe Jiménez, desarrollando en la década de los años 60 una obra artística de gran valía, muy influida por la estética cinematográfica del neorrealismo italiano. Francisco Linares, al igual que sus fotografías, es esa inolvidable imagen en sepia que siempre será testimonio de la mejor fotografía de su tiempo.