Cartel de «agotadas las localidades» en el Teatro Góngora para asistir a la representación de Cyrano de Bergerac, obra original de Edmond Rostand versionada por Carlota Pérez Reverte y Alberto Castrillo-Ferrer que, a su vez, está también a cargo de la dirección de la misma.

Castrillo-Ferrer resuelve con solvencia uno de los mayores problemas de la puesta en escena de Cyrano: el del espacio y tiempo, ya que son muchos los lugares en los que tiene lugar la acción y sin conexión entre ellos: un teatro, una calle, la casa de la protagonista, una pastelería, el campo de batalla, el monasterio… La escenografía es puramente imaginativa, utiliza la parte superior como torre desde la que Roxana escucha los versos de Cyrano como si fuese Christian y dos puertas que, junto a vídeoproyecciones, harán el resto del trabajo. En este espacio escénico bien conseguido se suceden las distintas transiciones sin dejar un momento de respiro con un ritmo muy bien trabajado.

Todos los personajes están a gran altura interpretativa pero no podemos olvidar que esta función tiene un protagonista central indiscutible: Cyrano de Bergerac, al que José Luis Gil aporta una voz fuerte, potente, para remarcar la idea del poder de la palabra; una gestualidad muy medida, sin caer en la sobreactuación (cosa que es muy fácil en esta obra) y construye ese prototipo de soldado fanfarrón, tierno y poeta, mostrando en sus versos la doble cara del personaje: estilo popular y erudito, descarado y vital, versos ágiles y profundos que aman o que hieren.

Las palabras, los versos, excelentemente traducidos guardan la métrica original y se mueven entre la calidez y el dramatismo. El texto no se declama sino que en todos los actores fluye de forma clara y nítida; algo que en el caso de Gil sirve para delimitar los momentos en que hace burla, de sí mismo y de los demás, o cuando se abre para llegar al corazón de su amada Roxana.

Espléndida función que demuestra que los sentimientos no son cosa del tiempo, antes bien, de las personas. Una obra escrita en pleno Romanticismo francés que llega con claridad a nuestros días con toda la vigencia.