Terry Gilliam ha terminado el que podríamos considerar el proyecto de su vida. La idea de adaptar El Quijote de Cervantes hace más años de los que es capaz de recordar se convirtió en una pesadilla desde el principio, y ha terminado generando una de las intrahistorias más fascinantes del cine contemporáneo. Ahora presenta, por fin, El hombre que mató a Don Quijote, su particular versión del clásico de las novelas de caballerías que, pasado por el filtro de su inimitable personalidad, da lugar a una película de aventuras y fantasía imposible de describir. Una locura 100% Terry Gilliam que llegó el pasado viernes a nuestros cines.

-La película empieza con la frase «25 años de hacer y deshacer». ¿Qué siente después de haberle puesto punto final a este proyecto?

-En realidad, me gusta más cómo suena en inglés «in the making and in the unmaking». Pero sí, demasiado tiempo. Me siento libre, por fin, para volver a mi vida y continuar haciendo películas malas (risas). No, en serio, ya está hecha. Ha sido como una especie de viejo amigo que estaba siempre esperándome, llamando a mi puerta, y por fin se ha ido, puedo descansar. Me siento un poco liberado.

-¿Qué ha querido aportar a la obra cervantina a través de esta adaptación?

-Bueno, no creo que pudiera aportar mucho, eso era muy difícil. Cervantes hizo todo el trabajo y yo simplemente he elegido las partes con las que más me identificaba. En todo caso, a través del personaje de Toby (Adam Driver), que dice muchas veces «fuck», igual que yo cuando trabajo (risas).

-Esta versión, ¿es la misma que usted hubiera hecho hace 25 años?

-No. Hay grandes diferencias. Esta tiene muchas más capas, es una tarta mejor hecha.

-Entonces, en un principio, ¿no estaba la idea de cine dentro del cine?

-No. En un primer momento, el personaje de Toby se daba un golpe en la cabeza y aparecía en el siglo XVII. Todo cambió cuando decidimos enfrentarlo a su propio pasado a través de esa película que hizo en su juventud, El hombre que mató a Don Quijote, y cómo afectó a las personas que en ella participaron. El cine y la literatura ejercen un influjo. Cervantes escribió sobre eso, sobre el poder de los libros, en Don Quijote. Y yo he querido hacer lo mismo aquí.

-Mucha gente no entiende sus películas, cree que hay mucho caos dentro de ellas. ¿Qué les diría para que se acercaran y disfrutaran de ‘El hombre que mató a Don Quijote’?

-En realidad, ¡es súper ordenada! Hay tres actos perfectamente diferenciados, tanto temática como estilísticamente. Cada uno de ellos tiene su propia entidad independiente, pero todos se contaminan entre sí. He leído algunas críticas que dicen que la película es un desastre, y no entiendo por qué, la verdad, yo la veo muy estructurada. He intentado cuidar esto muchísimo en esta ocasión. Dicen que no voy por el camino correcto, que hago demasiadas curvas. Pero a mí me gusta ir por el bosque parándome a mirar las flores y a las ardillas. No me gustan los caminos rectos. Aunque no lo parezca, lo tengo todo bajo control.

-Para usted era muy importante rodar en España. Y después de todo lo que pasó siguió en ese empeño hasta el final.

-Si vas a hacer El Quijote, tiene que ser en España. Además, yo estoy obsesionado con las fiestas españolas. Son tan atávicas, primarias, tan inamovibles. Y hay un cierto grado de locura dentro de ellas que me fascina.

-¿Cuáles son las fiestas que más le gustan?

-Las procesiones de Semana Santa y los toros. La Semana Santa en Sevilla es muy impresionante. Cuando viene la Macarena y todo el mundo se calla y solo se oyen los tambores. ¡Qué momento! La gente pasa de estar de cachondeo a un ambiente de respeto sepulcral en un microsegundo. Y después están los toros. Para mí el matador es como una chica, con su falda de volantes que intenta seducir a esa mole de testosterona.

-Nunca había pensado en los toros de esa manera…

-Un hombre haciendo movimientos femeninos a un animal que termina matando. Es para mí tan extraño como complejo. «Pain in Spain». En realidad, hay algo muy cruel en todas estas tradiciones. Es como las imágenes religiosas aquí, que son más sangrientas de lo habitual. España tiene un punto muy gore. Lástima que, al final, tanto los toros como la religión sean un negocio.

-En la película dice que un artista tiene de estar loco.

-Y un abusón. Yo planteo mis rodajes como si fueran un patio de recreo. Todo el mundo está jugando, pero, de vez en cuando, hay que pegar algún grito para llamar al orden.

-Hay un momento en la trama en el que parece la Inquisición. ¿Cree que las redes sociales se han convertido en un nuevo tribunal de justicia y castigo?

-Me preocupa mucho este tema. Creo que, de alguna manera, están destruyendo la sociedad en la que vivimos. Tú y yo podemos discutir sobre lo que queramos, pero hay una comunicación. Las redes sociales no son medios de comunicación de verdad. La gente se esconde tras un avatar y no ves nada. Y eso genera que se pueda expandir la semilla del odio con total libertad. Es muy fácil ser malo así. Después están las personas que intentan ser algo a través de las redes estando en sus casas sin hacer nada más. Para mí, el contacto con las personas sigue siendo esencial.