Salieron de Córdoba muy jóvenes con una mochila llena de talento e ilusiones, y han recorrido el mundo gracias a su arte sobre el escenario de la mano de importantes compañías y después con sus propias producciones. Pertenecen a una generación de embajadores del baile flamenco cordobés, que en muchos casos son nombres desconocidos para sus paisanos, pese a que lleven su tierra por bandera y sean respetados, reconocidos y admirados en gran parte del mundo. Su energía y poder de reinvención han conseguido que la pandemia no haya podido con ellos, aunque ha dejado mella en sus proyectos durante el 2020.

Y una de esas artistas -la lista es muy larga- de las que Córdoba puede presumir es Carmen La Talegona, miembro de una reconocida estirpe flamenca, que, tras pasar por el Conservatorio de Danza de Córdoba, se lanzó al mundo de la mano de grandes figuras hasta distinguirse como solista en distintas compañías como la de Manolete, Cristóbal Reyes, Rafael Amargo, Juan Andrés Maya o Blanca del Rey.

Carmen La Talegona. CÓRDOBA

Con su propia compañía, actualmente trabaja desde Madrid en dos espectáculos Solas y Mnemosine, mientras sigue moviendo el espectáculo Talegoneando, que recientemente ha podido disfrutar el público cordobés, además de sus clases en la emblemática escuela Amor de Dios, un templo del baile flamenco, donde empezó su carrera docente con 19 años. Junto a su pareja, el actor Pablo Durán, que actualmente trabaja en la Yerma de Amargo, la bailaora no se rinde ante la adversidad.

Trabajar desde Córdoba

"Salí con 17 años de Córdoba con la inquietud de descubrir el arte flamenco y la carrera sin terminar, de lo que ahora me arrepiento porque me gustaría mucho volver a mi ciudad y desde allí hacer lo mismo que hago desde Madrid", señala la bailaora, que cree que desde su tierra "se pueden hacer muchas cosas". "Me encantaría gestionar desde mi Córdoba estos dos nuevos proyectos de teatro y danza, pero la cultura allí es muy complicada". El principal escollo de la pandemia ha sido la imposibilidad de viajar, pero «no me puedo quejar», dice, lamentando la situación de los tablaos. "He llorado con Casa Patas, que ha sido como mi casa y lleva cerrado todo este tiempo, lo que está afectando a muchos compañeros", lamenta la bailaora.

De la misma forma piensa Pol Vaquero, otro embajador del baile flamenco cordobés que ha pasado por compañías como la de Antonio Canales, con quien aún gira con Torero; la de Joaquín Grillo, o el Ballet Nacional de España. A pesar de haberse formado en danza clásica, contemporánea, española y flamenca, es en esta última disciplina en la que más ha trabajado porque "es donde mejor me siento", dice. Canales fue su pasaporte para saltar a Madrid con tan solo 16 años y, a partir de ahí, ha desarrollado una importante carrera que lo ha hecho viajar por todo el mundo, algo que también ha frenado la pandemia, lo que él vive "desde la impotencia, pero con la esperanza de que pasará". Ha tenido que parar algunos proyectos y galas, aunque principalmente le ha afectado el cierre de los tablaos, especialmente El Corral de la Morería y Casa Patas.

Una forma de vida

"El tablao es una forma de vida, el pico y pala, y siempre vuelvo a él. Me he formado en estos templos", dice el bailaor. Vaquero lleva 25 años fuera de Córdoba, donde nunca ha visto una industria flamenca, pese a las grandes figuras del arte jondo de las que goza esta tierra. "Madrid es un máster para un artista flamenco", señala, aunque reconoce que él tuvo la suerte de encontrar en su camino a Antonio Canales, con quien empezó a recorrer el mundo "en los mejores momentos de la compañía". "Yo soy más cordobés que un flamenquín, pero veo a Córdoba como un retiro, para disfrutarla, no para trabajar", dice. "No sé por qué no hay un tejido en torno al flamenco, habría que preguntárselo a los que tienen la posibilidad de crearlo, a quien maneja los presupuestos, como pasa en toda España", continúa el bailaor, que lamenta que "la cultura sea algo secundario", una teoría que se ha afianzado durante la pandemia y por eso "creo que no me ha afectado tanto", asegura. Sus próximos planes pasan por un proyecto en colaboración con Noé Barroso muy experimental y minimalista. "Se están creando espectáculos de la nada", dice el artista.

Más guerrera que nunca ante la situación que vive la cultura en general, y el flamenco en particular, se muestra Mercedes de Córdoba, afincada en Sevilla desde hace muchos años. Entre sus logros figura el primer premio de Baile del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, pero hasta llegar ahí, la bailaora, que a los 11 años ya participó con Javier Latorre y Eva la Yerbabuena en la Bienal de Lyon, ha formado parte del Ballet de Andalucía, entre otras muchas compañías, hasta que decidió montar la suya propia, con la que ha producido importantes espectáculos.

Mercedes de Córdoba. CÓRDOBA

"Me niego a dejar de luchar"

En estos momentos, al contrario que todo el mundo, ella ha decidido agrandar su compañía y la próxima semana comienza a realizar audiciones para un nuevo proyecto, en el que colabora la Universidad de Sevilla. "Tengo muchas ganas de crear y el tronco de esta nueva producción es un espectáculo del que surgirán ramificaciones para engrandecerlo", dice la artista.

"Me encanta mi ciudad, pero las posibilidades de trabajo están en Madrid y Sevilla, es donde hay movimiento artístico, son los polos de atracción", dice la bailaora, que no quiere culpabilizar a Córdoba de la falta de tejido laboral. Durante el 2020 ha suspendido todo lo previsto, entre otros proyectos giras por Sudamérica o Japón, además de las numerosas citas nacionales. Aun así, la bailaora reconoce que esta situación, "a nivel artístico, me ha afectado positivamente porque me niego a no tener esperanza y a dejar de luchar".

Del flamenco al jazz

Otra gran trayectoria es la que hay detrás de Daniel Navarro, que también salió de Córdoba muy joven para iniciar una carrera como primer bailarín y solista en las compañías de Javier Latorre, Antonio Canales, Cristina Hoyos, Aida Gomez, Javier Barón y el Ballet Flamenco de Andalucía, entre otras, además de colaborar con el guitarrista Vicente Amigo y el pianista Chano Domínguez, que le abrió el campo del jazz y le hizo ver que la música es inmensa y la fusión, enriquecedora. Y así fue como llegó a trabajar con artistas como Winston Marsalis o Paquito D’Rivera, pasando por importantes festivales de este género en todo el mundo e, incluso, siendo requerido por la oficina de Quincy Jones para trabajar con Richard Bona.

Daniel Navarro en una actuación. CÓRDOBA

"Me he movido por otros lares que se salen un poco del flamenco", dice el bailaor, que tomó otros derroteros que han colmado sus inquietudes artísticas y en los que el lenguaje es el mismo «sin ponerse el pañuelo de lunares". Vive en Madrid desde hace mucho tiempo, marchándose de Córdoba a los 16 años para "saltar de compañía en compañía". "No me fui porque en mi ciudad no hubiera trabajo o una infraestructura, sino para formarme fuera, para aprender de los grandes, que están en Madrid o Barcelona", asegura Navarro. "Es mucho más complicado moverse desde una ciudad desde la que tienes que ir a otra para coger un avión", continúa el artista, que confiesa que la pandemia le ha afectado, pero no tanto como si hubiera estado en el circuito en el flamenco. "Nos han ido posponiendo actuaciones, pero no hemos cancelado ninguna y ahora vengo de estar nueve semanas en el teatro de La Latina", explica el bailaor, que tiene varios proyectos en marcha.

Entre Madrid y Barcelona

También Hugo López ha pasado por importantes compañías desde que empezara a bailar siendo un niño junto a Javier Latorre, y tiene premios como el del Festival de La Unión. Empezó a viajar a Madrid y Barcelona, donde desde muy joven aprendió de los grandes curtiéndose en emblemáticos tablaos como El Cordobés, Casa Patas, El Corral de la Morería, el Villarrosa o Las Carboneras, hasta pasar al Ballet Flamenco de Andalucía, donde fue bailaor solista. Hace cuatro años se instaló en Madrid definitivamente y actualmente gira con el espectáculo Viva!, de la compañía de Manuel Liñán, por lo que se siente agradecido y considera que «sería muy egoísta si me quejara» porque, además, continúa impartiendo clases.

Hugo López durante un espectáculo. CÓRDOBA