Hace unos años, Universal Pictures inició un ambicioso proyecto, el Dark Universe, que consistía en recuperar los monstruos clásicos del estudio para darles una nueva vida y acercarlos a las nuevas audiencias como si fueran Los Vengadores en versión 'creepy'.

Se dijo que Javier Bardem se convertiría en Frankenstein y Johnny Depp en el Hombre Invisible, pero los rotundos fracasos de las dos primeras películas del sello, Drácula: la leyenda jamás contada (2014) y La momia (2017), protagonizada por Tom Cruise, paralizaron el resto de los planes.

Cuando parecía que el Dark Universe se había definitivamente cancelado, la productora Blumhouse, responsable de éxitos de bajo presupuesto como Paranormal Activity, se hizo cargo del reto y para ello contrató a uno de sus directores afines, Leigh Whannell, asiduo colaborador de James Wan desde los tiempos de Saw (suyo es el guion primigenio) y director de la tercera parte de Insidious.

Whannell conocía a la perfección los mecanismos del horror moderno, pero no quería convertir el 'remake' de El Hombre Invisible en una sucesión de sustos, así que comenzó a trabajar en una versión que tuviera un carácter más metafórico y que entroncara con las preocupaciones de la sociedad actual. Al fin y al cabo, el terror siempre ha sido un género estupendo para plasmar las ansiedades contemporáneas.

"Pensé, ¿qué es lo que realmente asusta de este personaje? Su capacidad para torturar sin ser visto, así que decidí darle ese enfoque, hasta qué punto puede perseguir a alguien y hacerle dudar de todo, de si es real o no lo que está ocurriendo", cuenta el director en Madrid.

Y así llegó al fundamental cambio de punto de vista que caracteriza esta nueva propuesta. El protagonista no es el Hombre Invisible, sino la mujer que sufre su acoso. Así, la película se convierte en una magnífica metáfora sobre la violencia doméstica, el maltrato y la necesidad de dominación por parte de la sociedad patriarcal.

"Convertir la historia de H. G. Wells en la historia de una mujer perseguida por un maltratador me parecía muy pertinente, ya que es uno de los miedos más extendidos en el planeta", continúa.

El director piensa que el género de terror es como un caballo de Troya para trasladar un mensaje, un vehículo para hablar de cosas que nos preocupan en nuestra sociedad y un arma para combatir las inseguridades que nos paralizan.

Reconoce que todavía le cuesta hablar de la película, porque hace apenas unas semanas que la ha terminado de montar. Su gran reto fue potenciar el aspecto visual, sacar partido a la invisibilidad del personaje a través de la puesta en escena, los espacios vacíos o el uso de la tensión atmosférica. Y, sobre todo, no recurrir a los trucos fáciles y la vertiente efectista del terror contemporáneo.

"Creo que el público busca algo más que saltar en su butaca. Eso crea un efecto pasajero, pero después no se acuerdan de lo que han visto. Los nuevos autores de terror están apostando por construir alegorías sobre diversos temas como la alienación, la familia, el peso de la herencia, las cuestiones raciales o la rebelión femenina", continúa el director.

Whannell no oculta su interés por el cine de terror de los setenta, donde dice haber encontrado una fuente de inspiración para su película. En cuanto a la novela de H. G. Wells, la utilizó como punto de partida para terminar alejándose completamente de ella.

En cuanto a la elección de la protagonista femenina, piensa que fue fundamental que Elizabeth Moss se involucrara en el proyecto. "Es una actriz que aporta credibilidad a todo lo que hace. Algunos actores tienen esa capacidad, y su sola presencia supone una garantía", dice.

Admite que el reto de adaptar El hombre invisible no es tan grande como el de recuperar la mítica película de John Carpenter 1997: Rescate en Nueva York, de la que se dice que podría estar preparando un 'remake'. "Hay que ir con más cuidado. Nadie me va a lapidar por adaptar la novela de H.G. Wells, pero cuidado con 'Serpiente' Plissken, sus fans pueden perseguirme hasta el resto de mis días si lo hiciera mal", bromea.