Impresiona ir al encuentro de un personaje como Eduard Limónov. Da un poco de miedito, la verdad. Se podría decir que es como mirar a los ojos y hacerle preguntas a Charles Manson o al mismísimo Belzebú; aunque Limónov, sí, él en persona, calculadamente mira directamente a su interlocutora hasta bien avanzada la difícil conversación. La cita es en el Retiro madrileño, en la Feria del Libro, ante la estupefacción de los visitantes que no acaban de creerse que el ruso, el legendario personaje de la novela factual de Emmanuel Carrère, sea alguien de carne y hueso. Con elegante atildamiento, anillos en las manos y una perilla romántica como de Trotsky recién salido de la dacha, Limónov luce a sus 76 años igual de irreductible que hace 20, cuando Putin lo mandó a la cárcel. Allí escribió el texto que ha venido a presentar, El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel), nueva reescritura de su vida, en la que hay, adivinen, mucho misticismo heroico, delirios de grandeza asumidos y frases que se clavan en la mente como disparos. Resumir su vida como fusiles y semen en los orificios de mis hembras amadas es la más suave.

Lo de Belzebú podría parecer una exageración. Pero si se tiene en cuenta que la bandera del partido que este escritor y político fundó al regresar a Rusia, el Partido Nacional Bolchevique (PNB), es sencillamente la enseña nazi con una hoz y un martillo en lugar de la cruz gamada y que formó parte de patrullas de francotiradores a las órdenes de Radovan Karadzic, la cosa no suena tan descabellada. En sus múltiples reencarnaciones fue chico de la calle en la Rusia postestalinista -lo que ofrece un plus de dureza berroqueña-, se codeó con Andy Warhol y con la escena punk del CBGB en Nueva York y sobrevivió allí como chapero de afroamericanos inmensos (aunque se las da de Don Juan otoñal, Limónov siempre ha gozado de lo mejor de ambos mundos), escritor de culto a lo Henry Miller, líder fascista ya en su país, tras el desmantelamiento soviético. Regresé porque no quería envejecer tranquilamente en Francia y me parecía, como así fue, que la vida en Rusia iba a ser más interesante. Su llegada fue la del hijo pródigo: más de cuatro millones de libros vendidos.

GRANADA DE MANO

Decir de él es que es un nostálgico del estalinismo de puño de hierro no acaba de definirlo. Hay cosas que no cuadran: como por ejemplo que Elena Bonner, la viuda de Andréi Sajarov -el disidente, el premio Nobel de la Paz, la conciencia moral de Rusia!- dijera que era un tipo estupendo. Lástima que lo hiciera demasiado tarde, se lamenta Limónov, rabioso. Por su parte, Josif Brodski lo tildó de bicharraco pornógrafo, en atención a sus amores eléctricos intentó suicidarse por algunos- y a sus opiniones explosivas. Y es que Limónov tuvo un apellido real del que nadie se acuerda. Su seudónimo procede de la palabra rusa Limonka, como el diario que fundó ahora prohibido, y que quiere decir granada de mano.

Quizá todo este caos vital tenga un origen. Cuando Limónov tenía cinco años, sufrió una otitis y su madre le llevó a rastras al médico porque el niño ya era dificilillo. Al atravesar unas vías de tren, la mujer, prudente, se detuvo y le obligó a detenerse, pero el pequeño creyó que iba arrojarlo a la locomotora. Si se le recuerda esa historia resopla y añade que no tiene la menor intención de sentarse en el diván del psicoanalista. Mi infancia fue feliz. A los 15 años ya simultaneaba la escritura de poesía con atracos en las tiendas.

Aunque se ha pasado la vida hablando de sí mismo, quiere dejar claro que nadie más que él puede hacerlo. Del libro de Carrère leí solo los dos primeros capítulos y ahí me detuve porque no él había entendido nada. Su enorme ego no puede aceptar que hoy sea reconocido en el mundo gracias a las cualidades literarias del autor francés, a quien un día le dijo: Te quiero mucho pero si tuviera poder te haría fusilar. Bueno, esa es la versión de Carrère. Según Limónov es pura invención: Lo único que intenta Carrère es impresionar al lector.

Impresionar y provocar son dos verbos que el ruso sabe conjugar muy bien. Jamás he querido provocar al lector. Es más, me importa un bledo el lector. Solo los que no son idiotas me van a entender. Ese es el nivel del escritor metido a político.

PUTIN, ESE DEBILUCHO

Sus posiciones respecto a Putin se han ido transformando a medida que el líder soviético asegura- se ha ido haciendo más autoritario. Vamos, que para él Putin era un debilucho que con los años ha ido ganando una cierta energía política. No en vano, Limónov se ofreció a la FSB (ex-KGB) para hacer por ellos aquello que la policía no se atrevía. Intentamos hacer en Kazajistán lo que años más tarde haría Rusia en Crimea, estoy convencido de que el Estado ruso aprendió mucho de nuestro partido. Ni siquiera se molesta en reivindicar su europeísmo: Somos 600 millones de europeos pero Europa nunca nos ha tenido en cuenta. Demasiado marginales demasiado apocados y retrógrados. Rusia es una nación compleja con problemas de hambruna y un clima muy severo, así que el gobierno tiene que estar a la altura y ser también muy duro.

Una dureza que aplica también a la pregunta de si está al tanto de los problemas de encaje de Cataluña en España. Lo está. Sus ojillos adquieren un brillo burlón en el único momento de la entrevista en el que se muestra divertido: El día que proclamaron la independencia tenían que haber tomado el poder sin esperar más. Puigdemont tuvo miedo. Puigdemont fue un gallina. Si me pregunta de qué lado estoy le diré que estoy del lado de quien resulte triunfador.