El corto español vive una edad dorada. Juan Carlos Fresnadillo abrió camino en 1996 con Esposados y en los últimos 15 años otros siete cortos españoles han estado nominados a los Oscar, el último de ellos Madre, de Rodrigo Sorogoyen, que aspira a llevárselo hoy. Entre medias estuvieron 7:35 de la mañana (2004), de Nacho Vigalondo; Binta y la gran idea (2006), de Javier Fesser; Éramos pocos (2006), de Borja Cobeaga; La dama y la muerte (2009), de Javier Recio; Aquel no era yo (2013), de Esteban Crespo; y Timecode (2017), de Juanjo Giménez.

Desde la plataforma CortoEspaña atribuyen este auge y reconocimiento internacional en parte a la crisis económica y a cómo se ha configurado la industria del largometraje en torno a las televisiones. «España ha sido un país muy castigado por la crisis, el número de largometrajes producidos ha mermado y el corto ha sabido recoger toda esa creatividad sin cauce», dice a Efe Samuel Rodríguez, presidente de CortoEspaña.

Mientras el cine sustentado por las televisiones apuesta mayoritariamente por un producto comercial, el corto permite más experimentación, según Rodríguez. «Hay ideas atrevidas, arriesgadas, que resulta que funcionan y acaban seduciendo a grandes públicos; el largometraje suele estar más encorsetado», asegura.

El caso de Madre de Sorogoyen es un buen ejemplo, una conversación entre una madre y su hijo contada en un solo plano secuencia que sigue en todo momento a la actriz Marta Nieto -la madre- y su angustia creciente. También es una muestra de que el corto es un formato en sí mismo y no solo un peldaño para llegar a la primera película: Sorogoyen tiene cuatro largos, el último de ellos, El Reino, se llevó 7 premios Goya hace unas semanas, incluidos el de mejor dirección y mejor guion original. MAGDALENA TSANIS