ORQUESTA JOVEN DE CÓRDOBA

DIRECTOR: Alejandro Muñoz

ORQUESTA DE CÓRDOBA

DIRECTOR: Carlos Domínguez Nieto

PROGRAMA: Obras de V. Martin i Soler, P.M. Marqueés, P. Sorozábal e I. Stravinsky

Dos orquestas y dos directores alumbraron felizmente en la noche del jueves el octavo concierto de la temporada: durante el primer tramo del concierto, ambos directores se sucedieron en el podio para dirigir a la formación cordobesa, y en el segundo fue el director titular el que dirigió a las dos orquestas fundidas en una.

Domínguez-Nieto comenzó dirigiendo la obertura de El árbol de Diana de Martín i Soler, una breve pieza de espíritu primaveral, para, tras una breve alocución sobre la satisfactoria colaboración entre las dos orquestas, presentar a Alejandro Muñoz, que pasó a dirigir la Sinfonía nº 1 en si bemol mayor, La Historia de un día de Marqués, una obra construida a base de referencias y citas a autores como Mussorgsky, Berlioz y, sobre todo, Beethoven -con prolongadas citas casi literales de sus sinfonías quinta y sexta, que yo recuerde- y un rumbo incierto en su devenir -lo que llevó la conversación durante el descanso del concierto al tema de si lo que es interesante para la musicología ha de serlo necesariamente para la música-. Le sucedió Vino, solera y salero de Sorozábal, un eficaz «baile español» que sonó con frescura y sensualidad mediterránea en las manos de Muñoz.

Se llenó de músicos la escena del Gran Teatro y comenzó La Consagración de la Primavera -dirigida de memoria, como suele hacer Domínguez-Nieto- con un sonido que esta vez la deficiente acústica de la sala no fue capaz de menoscabar: preciso, dúctil y firme. La «versión extrema» a la que nos sometió el director y la respuesta que dio la doble formación cordobesa no tuvieron fisura alguna; aceleraciones desesperadas, atmósferas difusas de incertidumbre, pausados pasajes de arcaica belleza en la sección de viento -que tuvo una actuación excelente- y pulsos irracionales se sucedieron con un extraordinario equilibrio entre las secciones -se escuchaba todo, que es una barbaridad- y unos tempi flexibles y feroces: en la Danza de la tierra, sobre el burbujeo de la cuerda, que pronto se convirtió en rugido hirviente, se desgarraban los metales en una intensa atmósfera en la que se prolongó el clímax hasta la extenuación. Bárbaro. Esta forma de hacer música no nos acerca al abismo de lo atávico. Es el abismo.