Andar media vida entre libros y ediciones, no tiene por qué darte el marchamo de entender la escritura desde dentro. Pepo Paz da el salto, corre el riesgo, y se atreve a cruzar esa frágil línea que separa al editor de la creación para adentrarse en una zona inhóspita y placentera a un tiempo, como es la de la escritura en primera persona. Un primer libro de ficción de este autor madrileño cuyas narraciones se nos muestran heterogéneas, ya que alterna lo ficcional con lo -aparentemente- más autobiográfico. Conviene precisar este matiz, ya que se moverán, ambos tipos de narraciones, con sellos algo distintos, aunque dentro de una misma atmósfera tonal. Piezas que se leen bien, que suelen entrar con fuerza, desplegando con sencillez y con hondura lo emocional y lo extraño de lo cotidiano, para crear un punto de tensión que atrapa al lector, frente a cada texto. Paz sabe de la relevancia del lenguaje, de su disposición y magnetismo para que un texto no se hunda, de cómo tensionarlo para que no abandonemos esa zona de interés, y dispone los textos en busca siempre de un último desenlace que no guarda el efectismo de lo descaradamente sorpresivo de determinado tipo de relato, si no que nos conduce hacia ese momento final, como el resultado natural de todo lo anterior, salpicados por el desarrollo de una acción más emocional que real, más intensa que dinámica. Las demás muertes son las demás vidas, a veces, y como parte de esa metáfora, encerradas en su propia oscuridad. La infancia resulta un terreno sagrado para lo vivencial -aunque no es el único transitado en estas páginas-, y allí el autor muestra personajes, vivencias, acciones que discurren con la lentitud de la mirada que precisa recrearse en cada detalle como parte de un recuerdo más amplio. Quizás, otro de esos matices que abanderan muchas de estas piezas sea esa carga de nostalgia de fondo, presente en la forma en la que se desgrana -sin desmenuzar a fondo, dejando un punto de misterio- ese sentimiento de irremediable pérdida, como parte del hecho vital que nos sacude.

Por ello, no estamos ante relatos en los que encontremos mucha acción, más bien son los detalles en los que se detiene la voz para enviarnos esa pequeña señal de un mundo del que no podemos escapar. Y cuando Pepo Paz da con la tecla dentro de la pieza, se produce esa pequeña descarga que nos reconcilia con la escritura y su magia. Un estreno sin estridencias ni artificios, con la hondura de la inocencia.