Tras un largo silencio discográfico de una década (su última referencia era Guerrero Álvarez, tándem con Pablo Guerrero del 2009), el cantautor madrileño Javier Álvarez publicó el pasado octubre 10, una obra en la que traba provechosas complicidades con Ramón Rodríguez (The New Raemon).

-En la portada de ‘10’ sale apuntándose con una pistola en la sien. ¿Hay un Javier Álvarez que desea liquidar?

-Pues qué guay, no lo había pensado así. La pistola es de juguete, de mi sobrino, y la foto es un juego: yo te doy una pista y tú la sigues. Hay que interpretarla como cada uno quiera, como todo lo que hace Javier Álvarez. Y, de hecho, no sé ve de quién es la mano, quién apunta. ¿Autodestrucción o destrucción? ¡Hay que jugar!

-Con ese título pone en primer plano que lleva diez años en esto.

-Por mí, no se habría llamado de ninguna manera. En la portada no sale el título. Y como no lo encontraba, se quedó en 10: tiene diez canciones, se grabó en diez días y es mi 10º disco. Venía a huevo.

-El décimo disco de alguien que no hace muchos.

-Soy muy fan de gente que ha ido sacando material continuamente, como Dolly Parton, pero también de Tracy Chapman o Suzanne Vega, que tienen todavía menos discos que yo. En mis primeros discos, cuando me pasaron muchas cosas, con dos brotes psicóticos incluidos, fui un reloj: se grabaron en agosto de 1994, agosto de 1996, agosto de 1998 y agosto del 2000.

-Produce el disco The New Raemon. ¿Nos dice con esto que el músico post-hardcore y el cantautor al que le gusta Abba están más cerca de lo que parece?

-Mi identificación con él es total. Cuando escuché su primer disco, A propósito de Garfunkel (2008), me encantó su voz. Tiempo después, me llamó para participar en un libro, Memorias sónicas, en el que diversos artistas hablaban de un disco favorito. Yo elegí The visitors, de Abba. Y me dijo: «Yo te quiero producir un disco». Ahí se quedó hasta que hace un par de años me llamó. Coincidió con una gran crisis personal mía. Por fortuna, y coincidiendo con la gran crisis global. Me llamó en un momento buenísimo: yo ya estaba en el camino de la luz. Y, bueno, ¿qué diferencia hay entre Ramones y Abba? ¡Pero si es lo mismo! John Lydon es superfan de Abba. Ramón es muy abierto, y yo espero tener un poquito de hardcore.

-Cuando publicó su primer disco, en el año 1995, se le situó en aquella emergente escena de cantautores, con Pedro Guerra y Rosana.

-En aquel disco ya había una versión de Abba y estaban como invitados Víctor Manuel y Ana Belén. Creo que ahí está todo condensado. Yo voy diciendo lo que soy desde el primer disco, aunque ahora con una voz más cuajada. Es interesante ver cómo con el tiempo se va a mejor: el salto que di yo lo ha dado ahora Rosalía, que es la Javier Álvarez actual. Rosalía es una cantautora que hace una música abierta, ecléctica, que es flamenco, es pop… Hace música universal, y cuenta cosas, y es poética. Su éxito demuestra que todo es posible.

-Ha hablado de una «gran crisis personal, por fortuna». ¿A qué se refiere?

-Yo me esperaba que este disco sería más happy, y es tranquilo, sereno, con cosas como de cincuentón, pero muy pop. Es más melancólico que triste. Hay un par de canciones más duras: No fue, que habla de mi experiencia en un hospital psiquiátrico, y El mar, que tiene bastante que ver con la muerte. Pero a mí la muerte me parece que es la salida, no el final.

-Es creyente.

-Soy supercreyente. En qué, no te lo voy a decir, pero sí. Soy muy creyente en todo. Creo en todos los dioses y, sobre todo, en las diosas, porque la energía femenina es más interesante que la masculina, que tenemos ya instaurada. Es el momento de dar más bola a la femineidad. Yo tengo la suerte de que me siento muy masculino pero también muy femenino.

-Las fans jovencísimas marcaron los inicios de su carrera.

-Recuerdo niñas tirándome de la camiseta en los conciertos, casi arrancándomela, haciéndome daño. Molaría hacer mis memorias y contar cómo fue ser número uno en Los 40 Principales sin quererlo, viniendo de una familia de clase media y encontrándote que, de repente, te persigan por la calle. Es tan interesante… Una cosa así nadie puede asumirla con normalidad, y eso es lo que me pasó. Hubo una parte muy dura.

-Las crisis psicóticas a las que se refería antes, ¿se debieron a una difícil digestión del éxito, o se pueden explicar de otra manera?

-He estado tres veces en un psiquiátrico, la tercera por adicción a la cocaína, y en esa última he aprendido que lo más importante es el autoconocimiento. He tardado 45 años en darme cuenta de que yo nací pedo, y que las sustancias no me suman: me restan. Lo que fue más determinante en mis brotes fue el consumo de una simple caña, de cualquier sustancia. Y de no dormir, que es lo más grave que hay. Dormir es más importante que comer, porque si no lo haces se te puede ir la olla. Hablar de esto, naturalmente, es muy sanador.

-Respecto a los 90, ahora un cantante puede declarar que es bisexual con más facilidad, aunque últimamente hayan asomado tendencias inquietantes.

-Ya, pero yo me he enterado de que hay algo que se llama Vox hace diez días. No solo he dejado las sustancias chungas. He dejado la tele y las malas noticias.