Aunque cada uno vive esta situación de una manera distinta, para muchos escritores cordobeses este confinamiento por el coronavirus está suponiendo una oportunidad real de concentración y teletrabajo, ya que la mayoría de los autores viven de una profesión que en estos momentos ejercen desde su casa. Por tanto, este confinamiento es para muchos de ellos «un regalo». Ese es el punto de vista de Remedios Zafra, escritora, profesora y ensayista, especialista en el estudio crítico de la cultura contemporánea, la antropología, el ciberfeminismo y la cultura digital. «Pienso que muchas obras de artistas, investigadores y científicos nacerán en estos días», augura Zafra, lo que no quita el estado de incertidumbre que la situación genera a nivel vital y también laboral. «Todo ha quedado paralizado y dudamos de que cuando termine esto, que nos repiten que es temporal, las cosas y las vidas puedan seguir de la misma manera». Lo que sí tiene claro esta autora es que «internet está siendo nuestro soporte afectivo en estos días, el que nos permite abrazar a nuestros padres viéndolos en las pantallas, y comunicarnos incluso más que antes».

En efecto, todo en nuestras casas gira alrededor de internet como nuevo cordón umbilical con las personas que queremos y, «de pronto, hasta la televisión se ha convertido en una cuadrícula de habitaciones conectadas», continúa Zafra, que considera que, más allá de la tragedia de la situación, «el confinamiento también está demostrando que gran parte de las cosas que hacemos son viables y, en ocasiones, más responsables y sostenibles, si las hacemos a través de la red» y «el teletrabajo es una lección que debiera quedarnos aprendida y mejorada para el futuro».

También el autor Francisco Antonio Carrasco está sacando partido a esta situación, que considera que la mejor manera vivirla es «escribiendo» y «enterándose lo justo de lo que sucede a nuestro alrededor para no alarmarse en exceso y tener un poco de serenidad». Así, las musas tienen que acudir a casa «sí o sí» y, pese al momento «aberrante» que vivimos, «tenemos que pasarlo lo mejor posible, y eso para mí es escribiendo», continúa Carrasco, que en estos momentos ultima un libro de relatos, en los que no incluye ninguno apocalíptico, pero sí tienen en común «cómo el azar puede cambiar tu vida en un instante», algo con lo que, sin duda, muchos se pueden sentir identificados en este momento.

Relaciones humanas, amor y muerte son los temas en los que se adentra Carrasco en esta nueva obra, y el cuento que ha escrito durante este confinamiento se titula La máscara, en el que habla de cómo en una situación crucial de nuestra vida «tenemos que utilizar una máscara para salir de la mejor manera posible», señala Carrasco, que reconoce que este tiempo «me está sirviendo para crear».

EN SU ESTADO NATURAL / «No hay escritura sin encierro entre cuatro paredes. Yo, particularmente, siempre escribo de cara a la ventana, con las estanterías a la espalda», dice Joaquín Pérez Azaústre. Por tanto, la crisis del coronavirus ha cogido a este autor en su estado natural y de rutina. «Me gusta preparar el desayuno, cocinar y cuidar a los que están conmigo, y el resto del día lo dedico a escribir», dice este autor, que aunque acaba de publicar la novela Atocha 55, sobre el atentado contra los abogados laboralistas, está trabajando en otro libro. «En septiembre del 2018 recibí la beca Leonardo de la Fundación BBVA para escribir mi nueva novela, y tengo que entregarla esta primavera. Así que, entre la novela y los artículos, además de otras actividades paralelas, continúo con mis jornadas laborales», prosigue Azaústre.

Respecto al ejercicio físico, «el confinamiento tampoco es realmente un problema» porque el escritor sigue con sus tablas de flexiones diarias, lo que «sacude la tensión». Metódico, distribuye su tiempo de escritura en dos turnos largos: antes y después de comer. «Es una buena vida si amas la escritura, aunque es un poco extraño estar escribiendo una novela con personajes literarios ambientada entre Madrid y París en los años 30, mientras el mundo exterior parece una película de zombis, pero así es la vida», concluye el autor de Las Ollerías.

«Esperando que pase el temporal» está Alejandro López Andrada, al que ha pillado este momento «ultimando un libro de poemas y con la reedición de su novela La dehesa iluminada», que habrá que aplazar. Esta situación «no me inspira nada, intento evadirme de ella», dice este escritor, que consigue salir de este dramatismo «escuchando y viendo vídeos de la música de los años sesenta, que me relaja mucho y me traslada a momentos felices». Conocedor de la posguerra española, de la que ha escrito mucho, asegura que, aunque no lo vivió, fueron tiempos también de enfermedades y de «miedo a lo desconocido, a lo no visible», lo que recuerda un poco a lo que vivimos ahora. «Quiero ser positivo y optimista y confío en que todo esto pase pronto, aunque ya no vamos a vivir como antes», dice el autor, que quiere «ver la luz al final del túnel».

Mario Cuenca Sandoval habla de una pandemia en su nueva novela.

Francisco Antonio Carrasco ultima un libro de relatos.

María Rosal ha abandonado la literatura estos días.

Joaquín Pérez Azaústre escribe con la misma rutina de siempre.

Alejandro López Andrada se evade con la música.

Remedios Zafra valora la existencia de internet.

Y como si de algo premonitorio se tratara, Mario Cuenca Sandoval escribe en estos momentos una novela en la que una pandemia forma parte del argumento. Aún sin título y comenzada en el 2015, la situación actual que vivimos ha trastocado los planes del autor. «En la novela, la pandemia arrasa el país del protagonista y durante mucho tiempo he estado valorando eliminar ese elemento porque me parecía demasiada ciencia ficción, pero ahora es lo más cercano a la realidad y me está obligando a replantearme de nuevo todo».

UNA VENTANA / Para este autor, escribir libros y leerlos «hace más llevadero el confinamiento, es una ventana», aunque, señala, «la vida del escritor es también un enclaustramiento no forzoso» y «mi ritmo de escritura no ha variado sustancialmente». Lo que sí echa de menos este escritor es el contacto con sus seres queridos, además de sentir temor por los mayores.

Y esto último es la gran preocupación de la poeta María Rosal, que en estos momentos continúa trabajando desde casa y ahora mismo en su situación «es imposible pensar ni en escribir ni en leer porque la obligación que tengo de atender a dos personas mayores copa todo mi tiempo y mi energía», dice la poeta, que asegura que ahora «no pienso en la literatura, y la poesía la veo más lejos todavía».

Aunque por otros motivos, Juana Castro también se siente alejada de los versos. «Como escritora, estoy de baja», dice la poeta cordobesa, que asegura que «la poesía ha dejado de visitarme», lo que no sucedería si «tuviera un agente literario o si me pidieran cosas, pero como no es así, no hay versos».

En lo que sí trabaja en estos momentos es en el prólogo de un libro y, respecto a la situación que vivimos, «unos días lo llevo mejor y otros peor, pero no me inspira nada», dice. Ocupada en otras tareas, y mientras llegan los versos, vive pensando en sus hijos, en sus familiares mayores y su gran momento es el de la videollamada familiar. Pese a todo, Juana Castro no vive mal este obligado confinamiento porque, además de estar acostumbrada a estar en casa, tiene la suerte de disfrutar de «una terraza desde la que veo la sierra y miro el horizonte abierto de Los Pedroches».