Apenas han pasado 2.200 años desde que Claudio Marcelo fundara Corduba en lo alto de una colina y unos 13 siglos desde que Córdoba fuera tomada por los árabes con la llegada de Abderramán I y aún seguimos dando vueltas a si la ciudad debe más a mamá o a papá, si el pasado histórico esplendoroso de Córdoba tiene su culmen en tiempos de los romanos o en al-Ándalus. Un debate que, cual ola en movimiento, riega de nuevas certezas y antiguas incógnitas cada cierto tiempo, entremezclando sin excepción tesis sobre el pasado histórico y religioso de la ciudad con cuestiones políticas del presente. Ayer coincidieron en el tiempo dos conferencias que analizaban, cada una por su cuenta, estos dos grandes legados.

Mientras la revista Milenio celebraba en el Círculo de la Amistad una mesa redonda moderada por Javier Lozano titulada Córdoba romana antes que musulmana, a cargo del periodista e historiador Fernando Díaz Villanueva, el filósofo Pedro Insúa y el escritor, ex de Vox y actual miembro de la plataforma política España Siempre, Fernando Sánchez Dragó, en Casa Árabe, se inauguraba un ciclo de conferencias en torno al legado arqueológico de la Córdoba islámica con una conferencia del investigador del CSIC y autor de La corte del califa, Eduardo Manzano titulada Madinat Qurtuba y la corte de los califas. Puede que Córdoba sea uno de los lugares donde más difícil sea poner de acuerdo a los historiadores sobre la propia historia, ya sea la más reciente, como se puede comprobar a diario, o la más lejana.

PASADO ROMANO / Ante un aforo lleno, Fernando Díaz Villanueva, licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid, defendió en el Círculo que «mucho antes que Califato, Córdoba fue lo más parecido a la Roma de Poniente, despuntando como emporio comercial, capital política y centro cultural». En esa línea, los tres ponentes insistieron en que «mucho antes que Averroes, de Córdoba salieron Séneca, Marco Porcio Latron, Lucano y Julio Galión» y sentenciaron que «antes de que se levantara la hoy Mezquita-Catedral, ese espacio fue ocupado por un templo cristiano visigodo y antes, por una basílica bizantina». Según Insúa, «existe una visión dulcificada de la sociedad andalusí que la presenta como el colmo de la civilización» que, en su opinión, parte del islamismo «con la complicidad de muchas instituciones españolas que cuentan con la leyenda negra antiespañola como alimento ideológico». Para los defensores del esplendor romano pre al-Ándalus, esa versión «ha borrado varios siglos de historia previos a la llegada de los musulmanes» y convertido a Córdoba «en víctima propiciatoria». Critican por ello que «esa versión de al-Ándalus esté presente en museos, centros de interpretación, oficinas de turismo o instituciones educativas» y consideran que esas teorías son las que han hecho que «los españoles no vean con malos ojos» lo que ellos definen como «la restauración islámica de la Mezquita-Catedral». Según Sánchez Dragó, «la Mezquita de Córdoba se ha convertido en un permanente dedo acusador sobre España por su mal comportamiento histórico», basándose en «complejos heredados de la leyenda negra y el borrado de la memoria histórica».

PASADO OMEYA / En una sala también llena, al otro lado de estas tesis, Eduardo Manzano, historiador especializado en al-Ándalus, inauguró un ciclo de conferencias que pretende resumir en una obra el conocimiento existente sobre la realidad islámica de Córdoba en época califal. El primer capítulo de ese libro fue el esbozado ayer por Manzano, que antes de describir la Córdoba califal señaló que la ciudad lleva tiempo «aplazando el debate urgente sobre cuál debe ser el futuro de su pasado». A partir de ahí, expuso que las evidencias arqueológicas recopiladas hasta ahora señalan que con la llegada de los omeyas Córdoba se convirtió en una capital de estado y sede del poder «al estilo de Constantinopla o Bagdad» que situó en la antigua medina romana, rodeada por la muralla, su núcleo central.

Manzano señaló que «la conquista árabe de Córdoba se realizó con capitulaciones, aceptando la legalidad vigente y sin conquista por la fuerza», lo que le dio pie a cuestionar la existencia de una basílica o sede central de la iglesia donde ellos levantaron el Alcázar omeya y la Mezquita, justo enfrente. «Los omeyas no se habrían establecido enfrente porque eso habría supuesto desposeer a los obispos de su lugar cuando su estrategia no era imponerse en competencia directa a los cristianos». Según sus deducciones a partir de la investigación arqueológica, «el poder omeya se instalaba donde no molestara demasiado, para no generar conflictos y para diferenciarse de la competencia», señaló en tono coloquial.

La Córdoba califal es, según Manzano, una ciudad poblada por más de un centenar de mezquitas dispersas por los arrabales (al menos 14 de ellas en la Medina) en torno a las cuales se organizan los barrios. Según sus fuentes, la ciudad y en especial, la Medina estaría poblada por «las clases privilegiadas, como altos funcionarios de la Corte y miembros de la familia omeya». Un dato curioso son «los arrabales que surgen en torno a las almunias» que, según los datos recopilados, «están muy bien planificados, con pozos, conducciones de agua, grandes avenidas» y que dejan ver la existencia de una gran ciudad «que se expande mucho y a gran rapidez», afirma el historiador. En cuanto a la sociedad cordobesa del momento, Manzano sentencia que «es una sociedad muy viva y dinámica que a la vez es muy legalista y lo discute todo mucho».

Se ve que la costumbre de los cordobeses de ponerlo todo en duda, ya sea pasado, presente o futuro, no es cosa nueva.