Lo que sucedió anoche en el Teatro de la Maestranza de Sevilla no se había anunciado de antemano, pero ya se sabía. Estaba cantado que la gran triunfadora de la 31ª edición de los Premios de la Academia Europea del Cine (EFA) sería 'Cold War', del polaco Pawel Pawlikowski, y por dos motivos principales. El primero, que la mayor parte de académicos proceden o bien de de Alemania o bien de países en su órbita, y eso inevitablemente da a las películas procedentes de esa zona más posibilidades de triunfo -sin ir más lejos la vicepresidenta de la organización, Agnieszka Holland, es compatriota de Pawlikowski--; el segundo es que es la mejor entre todas las aspirantes, y de largo.

Contada en pocas palabras, la ganadora no suena a nada particularmente extraordinario: es una historia de amor en tiempos de tumulto. Hay varias cosas, sin embargo, que la hacen especial. Esa precisión narrativa que le permite no tener ni un plano ni una línea de diálogo de más; esas deslumbrantes composiciones; esa capacidad para conseguir demolernos emocionalmente sin necesidad de hacer trampa. Podríamos seguir pero no diríamos nada que quienes la han visto, y en España ya va por 1.300.000 espectadores, no sepan ya. Sea como sea, considerando que los cuatro galardones obtenidos esta noche se suman a los cinco que Pawlikowski ya obtuvo de la EFA gracias a Ida (2013), la gala ha provocado un insoslayable déjà vu.

Innecesariamente largo

A decir verdad, es una sensación frecuente cuando se trata de estos galardones. Su ceremonia de entrega es más o menos como la comida del MacDonald’s: vaya uno a la ciudad que vaya, siempre es la misma. Como cada año, se ha tirado de tópicos; toda la gala, por ejemplo, ha estado amenizada por un bailaor flamenco --en defensa de la organización conviene decir que al menos no iba vestido de torero--. Y, también como de costumbre, ha sido un acto innecesariamente largo, en buena medida por los recurrentes discursos y las numerosas manifestaciones de conciencia política: se ha lamentado la amenaza que se cierne sobre el continente; se ha recordado la crisis griega y reivindicado la resiliencia de los cineastas helenos; se ha insistido en la necesidad de que los artistas se expresen con total libertad, y en concreto se ha protestado contra la condena a 20 años de cárcel al director ucraniano Oleg Sentsov y contra el arresto domiciliario que sufre su homólogo ruso Kirill Serebrennikov por su oposición al Vladimir Putin. Se ha pronunciado varias veces la palabra Brexit.

Y por último, decíamos, han ganado los que todo el mundo daba por hecho que ganarían: el italiano Marcello Fonte ha vuelto a casa con el premio al Mejor Actor gracias a 'Dogman' -ya fue galardonado en Cannes por el mismo papel en mayo pasado--; 'Girl', de Lucas Dhont, se ha llevado la estatuilla a la Mejor Ópera Prima, y Armando Iannucci ha recogido el premio a la Mejor Comedia. Todo eso se daba por hecho. Afortunadamente, eso sí, ha habido salidas de guion; la principal de ellas, que para variar el cine español no se ha ido completamente de vacío. Por un lado 'Un día más con vida', crónica de las experiencias del periodista Ryszard Kapuściński codirigida entre el pamplonés Raúl de la Fuente y el polaco Damian Nenow, ha sido elegida Mejor Película de Animación. Por otro, Carmen Maura ha subido al escenario para recoger un galardón en honor a una carrera que ya va por la quinta década; y, traicionada por los nervios y las dificultades con el inglés, ha protagonizado el momento más hilarante y más memorable de la noche. Si los miembros de la EFA de verdad quieren que la gala luzca, deberían premiarla cada año.