El personaje de Joker siempre ha ejercido un influjo especial en cada una de sus apariciones en pantalla, robando el protagonismo y erigiéndose como la figura icónica de la función. Desde el momento que se supo que había un proyecto destinado a contar sus orígenes en el que el personaje por fin tomaría las riendas de su propia historia, se despertó una gran expectación, sobre todo cuando se confirmó la participación de Joaquin Phoenix en la piel del villano. Pero lo que nadie se imaginaba es que el Joker de Todd Phillips se convertiría en un fenómeno sociológico llamado a despertar toda una oleada de reacciones desde las más diversas perspectivas.

Su impacto ha sido inmediato: León de Oro en Venecia que legitima su valor cinematográfico y la aplastante cifra de casi 550 millones de dólares recaudados en todo el mundo tras el segundo fin de semana desde su estreno, lo que constata su efecto taquillero y su aceptación popular, y demuestra que hay espacio para los 'blockbusters' kamikazes, incómodos y subversivos.

LA AMBIGÜEDAD IDEOLÓGICA

Unos la consideran fascista; otros, revolucionaria. Hacía tiempo que no ocurría que una misma película fuera capaz de dar lugar a planteamientos ideológicos tan antagónicos y sirviera como legitimación de visiones enfrentadas del mundo. Probablemente ni siquiera los responsables sean conscientes de lo que han hecho, pero lo cierto es que cada uno ha interpretado Joker a su manera, convirtiéndola en símbolo y estandarte de su forma de interpretar el 'zeitgeist'.

Lo curioso es que, a diferencia de otros Jokers que abrazaban el anarquismo, el de Joaquín Phoenix está exento (supuestamente) de ideología. Es un pobre marginado, víctima de la sociedad que lo rechaza, un enfermo mental con traumas psicológicos que un buen día coge una pistola e inicia una espiral de locura antisistema. ¿Una figura peligrosa o un mesías erigido como catalizador de la rabia ciudadana?

Quizá lo más peliagudo de la cuestión sería: ¿desde qué prisma miramos al personaje si lo condenamos y desde cuál si lo ensalzamos? ¿Somos más retrógrados o más modernos si estamos en un bando o en otro? En una era complicada para la libertad de expresión, en la que nos hemos acostumbrado al discurso mascado, una película como 'Joker' hace que nos estalle directamente la cabeza por su desazonante carácter escurridizo y ambivalente.

Pero que nadie se asuste. 'Joker' tampoco va a provocar una catástrofe social como han querido preconizar los asustaviejas de turno, aunque se ha convertido en un excelente termómetro para constatar no solo el nivel de podredumbre moral que nos rodea, sino también lo desamparados que estamos ante una violencia sistémica que abarca tanto a locos como a políticos y poderosos que continúan sometiendo a la población a través de la dictadura de la confusión y el miedo.

EL ATRACTIVO DE UN CINE MÁS OSCURO

"El cine ya no existe. El cine con el que crecí y el que sigo haciendo ya no existe". Nostálgicos con un tiempo que ya no volverá, directores como Martin Scorsese llevan tiempo lamentando la muerte del viejo cine, o al menos su mutación en algo más trivial. Ese tipo de cine que, a día de hoy, sigue atrayendo al público a las salas: comercial hasta los huesos, cauteloso, basado en infalibles fórmulas de éxito, fundamentalmente franquicias, 'remakes' y revisiones.

En este sentido, la coincidencia en la cartelera de tres blockbusters tan atípicos y ásperos como Joker, Ad astra (James Gray) y Érase una vez en Hollywood (Quentin Tarantino) acaba siendo un pequeño milagro en la medida en que, cada uno a su manera y en su género, se escapa de lo previsible y exige dosis extra de esfuerzo a un público cada vez más disperso y menos predispuesto a lo reflexivo, lo moroso o lo incómodo.

Porque, sí, Joker es una película desagradable y perturbadora, cualquier cosa menos fiestera. Un filme premeditamente arisco (la interpretación de Joaquin Phoenix, la banda sonora de Hildur Gudnadóttir, la fotografía de Lawrence Sher), a años luz de los rutilantes estándares del cine de superhéroes y mucho más cercano a las tinieblas emocionales de Taxi Driver o El rey de la comedia, dos clásicos de Scorsese, precisamente, que Todd Phillips reconoce como algo más que simples influencias. Y a pesar de ello -o quizá gracias a ello-, el público ha respondido con entusiasmo al desafío.

DE SUPERHÉROES, PERO MENOS

Suele decirse de 'Joker' que es una película de superhéroes que no lo parece, lo cual no tiene por qué ser bueno ni malo, pero sí que sirve para atraer a un público desinteresado por las tradicionales aventuras de los universos DC o Marvel. Desoladora historia de un pobre diablo con graves problemas mentales o, si se prefiere, relato político en el que su protagonista puede ser tanto una respuesta a Donald Trump como su execrable detritus, 'Joker' carece de los rasgos propios del cine de superhéroes más palomitero y no se basa en ningún cómic en concreto. Pero sabe aprovechar el fascinante universo DC (la ciudad de Gotham, las totémicas figuras de Thomas y Bruce Wayne) para crear un mundo propio, oscuro, decrépito, envilecido, evocador por su estética de los años 70, pero inquietantemente cercano y reconocible.

LA PRODIGIOSA ACTUACIÓN DE JOAQUIN PHOENIX

En lo que sí ha existido una rotunda unanimidad ha a sido a la hora de considerar la interpretación de Joaquin Phoenix como un auténtico prodigio. Hasta el momento, cada actor que había encarnado al Joker había imprimido su personalidad ofreciendo diferentes connotaciones al personaje, tan distintas como complementarias. Pero en esta ocasión es distinto, quizá porque se construye el personaje desde cero y el arco evolutivo es mucho más complejo.

Desde las primeras imágenes Joaquin Phoenix sabe cómo imprimir fragilidad a su personaje, manejado a la perfección el patetismo y la frustración, al mismo tiempo que bascula los límites de su psicopatía hasta hacerla estallar en momentos concretos. La suya es una transmutación integral, un ejercicio de composición corporal avasallador y un trabajo de psicología del personaje visceral. Así, ese hombre humillado que solo quiere hacer reír y es incapaz de despertar una sonrisa se convierte en una presencia tan incómoda como magnética. ¿La mejor interpretación del nuevo milenio.

TODD PHILLIPS, MÁS ALLÁ DE RESACÓN

Que el director de Joker sea Todd Phillips (Nueva York, 1970) -y que encima haya conquistado con ella el León de Oro en Venecia- ha hecho torcer la nariz a más de uno, prejuicioso seguramente ante el hecho de que nuestro hombre sea el creador de la borrachuza trilogía de Resacón en Las Vegas.

Más allá del viejo debate sobre la insuficiente consideración artística de lo cómico, la hilarante trilogía de Phillips (mucho más oscura de lo que aparenta) es un hito de la gran comedia americana del siglo XXI -representada también por Judd Apatow, Ben Stiller o Adam McKay-, como lo han sido otras sublimaciones del bromance (camaradería heterosexual masculina) dirigidas por Phillips como Viaje de pirados (2000), Aquellas juegas universitarias (2003) o el remake de Starsky & Hutch (2004). Así que poca broma con él.